miércoles, 23 de abril de 2014

EDITORIAL DE ACENTO! La tragedia de la sociedad dominicana y el gobierno de Danilo Medina

La mayor obra de un gobernante no requiere grandes inversiones económicas. Es la obra de la restauración moral de la sociedad, de la racionalidad del aparato del Estado, de la reducción de un Estado clientelar y patrimonialista, para hacer un Estado eficiente.


Acento.com.do/Tomado de Acento.com.do
Los presidentes dominicanos han querido trascender por la obra material que dejan como legado y no por la obra de sanidad e higiene institucional que pudieran muy bien poner sobre el Estado Dominicano.

La dictadura de Trujillo dejó un legado de obras materiales que implican la “modernización” y la creación del Estado Moderno de la República Dominicana, como dicen muchos historiadores.

Trujillo se perpetuó sobre la sociedad, dejando una estela de muerte y destrucción moral terribles. El miedo fue el legado más ominoso dejado por la dictadura.

El gobierno de Juan Bosch intentó establecer un legado moral diferente, impuso nuevas reglas, cambió la Constitución y dejó claro que el Estado debía tomar el camino de una nación civilizada. Pero los militares trujillistas, los Estados Unidos con su miedo al comunismo y a otra Cuba, y las fuerzas económicas y políticas internas, que se creyeron el cuento de que Juan Bosch establecería el socialismo, lo derribaron.

Luego de ese intento, el resultado de la democracia representativa ha sido pobre o muy pobre. Los doce años de gobiernos de Balaguer (1966/1978) fueron de obras materiales. Presas. Carreteras, puentes, acueductos, edificaciones, teatros… Eran obras necesarias, pero no se hizo hincapié en el respeto a la ley, ni en la honestidad. Y Balaguer terminó admitiendo la corrupción generalizada en sus gobiernos, reeligiendo utilizando patrañas, construyendo el Faro a Colón, y también dejando una gran cantidad de dominicanos asesinados en las calles, o deportados, o encarcelados por sus ideas políticas.

A Balaguer le importaba la infraestructura, la urbanidad, la construcción de ciudades. Y ese esquema lo siguieron los gobiernos de Antonio Guzmán, Salvador Jorge Blanco e Hipólito Mejía, del Partido Revolucionario Dominicano. La presión de José Francisco Peña llevó a sus dos presidentes a poner en práctica algunas políticas sociales. Luego el gobierno de Mejía hizo aprobar la Ley de Seguridad Social, que posteriormente ha sido desfigurada y convertida en un monstruo de siete cabezas, que engulle todo cuanto es posible de los bolsillos de los pobres, a quienes se suponía reivindicaría esa legislación.

Leonel ha seguido el mismo libro de los anteriores gobernantes, en especial Trujillo y Balaguer, de potenciar la inversión en infraestructura. Claro, en el Metro, en los edificios, en la inversión en construcciones, movimientos de tierra es que está en dinero para la ración del boa. Y muchas veces estos presidentes han dicho que están poniendo en práctica una “revolución” para acabar con el analfabetismo, contra la corrupción o para restaurar la productividad del campo.

Nada de eso es cierto. La mayor obra de un gobernante no requiere grandes inversiones económicas. Es la obra de la restauración moral de la sociedad, de la racionalidad del aparato del Estado, de la reducción de un Estado clientelar y patrimonialista, para hacer un Estado eficiente, donde haya consecuencias por los actos indebidos, donde los funcionarios que se les demuestre que han robado se suiciden en defensa del honor de sus familias, para lavar la afrenta.

Precisamente, cuando alguien es identificado y denunciado por actos indebidos, y se demuestra con datos irrefutables que está en el camino equivocado, estos sujetos atacan, se burlan de los demás, utilizan el Estado patrimonialista y pasan de ser una vergüenza social a unos aguerridos atacantes, a los que hay que temerles.

Y eso no ocurre únicamente con personas. Hay familias completas dedicadas a la extorsión, al trabajo sucio, al chantaje con los datos que poseen, con las conexiones que tienen y hasta con el miedo que han logrado infundir a la sociedad. Nadie está a salvo, por supuesto, y el Estado es un toro salvaje que arrastra a todo aquel que intente poner en riesgo el poder que han acumulado los nuevos potentados.

¿Será Danilo Medina quien cambie ese esquema tradicional del uso y abuso del poder, de tolerancia y protección a la corrupción? No lo parece. Quiere seguir volteando la cara y seguir haciendo lo que los demás han hecho: construcción, movimiento de tierra, nuevas carreteras, unir regiones. Y eso será lo que nunca se ha hecho, que es lo siempre hemos visto haciendo a todos los gobernantes de este país.

A Danilo le quedan dos años de gobierno, Es poco tiempo y no podrá ponerse en un lugar de peligro frente a los gobernantes que amenazan con volver. Esa es nuestra tragedia.