RUTA 26 DE SEPTIEMBRE
Exposición Muestra Artística, de artistas hijos de Barahona, sábado 26 de septiembre de 2015 f
Por AMABLE LÓPEZ MELÉNDEZ/Publicado 30-12-2009
Entre
1939 y 1940, la República Dominicana acoge más de 3,5000 refugiados
europeos: hebreos, alemanes y españoles que sobreviven a la Segunda
Guerra Mundial y a la Guerra Civil Española (1936-1945).
Entre estos
refugiados se encontraban algunos artistas de importancia como Manolo
Pascual (1902-1983), José Gausachs (1889-1959), George Hausdorf
(1894-1959), Joseph Fulop, Eugenio Fernández Granell, José Vela Zanetti
(1913-1997), Ángel Botello Barros (1913-1986), Mounia L. Andre y Antonio
Prats Ventós (1925-1999). La mayoría de ellos se integraron a la vida
cultural dominicana como creadores y maestros de generaciones.
El
19 de agosto del 1942, como resultado de la dedicación del Dr. Rafael
Díaz Niese (1897-1950) se inaugura la Escuela Nacional de Bellas Artes.
Díaz Niese, en ese entonces Director General de Bellas Artes, escoge al
escultor Manolo Pascual como primer director, acompañado por un cuerpo
docente en el que se integran los dominicanos Celeste Woss y Gil
(1891-1985) y Yoryi Morel (1909- 1979). Entre los máximos resultados de
la Academia dominicana se registran dos generaciones de artistas
educadores que llegaran a establecer las bases formales y conceptuales
para una búsqueda especializada de lo dominicano a través de la
imagen.
Me
refiero a artistas esenciales como Gilberto Hernández Ortega
(1924-1979), Marianela Jiménez (1925), Luichy Martínez Richiez
(1928-2005), Antonio Prats Ventós, Eligio Pichardo (1929-1984), Clara
Ledesma (1924-1999), Gaspar Mario Cruz (1925-2006), Nidia Serra (1928),
Domingo Liz (1931), Paul Giudicelli (1921-1965), Silvano Lora
(1931-2003), Fernando Peña Defilló (1928) y Ada Balcácer (1930).
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Un
caso aparte es el de Jaime Colson (1901-1975): primer hito de la
polisíntesis, quien se marcha a Europa en 1919, estableciéndose entre
Barcelona y París. Luego pasa a México, Cuba y Haití. Retorna al país
definitivamente en 1952, integrándose de inmediato a la docencia en la
ENBA, donde influye en la formación y obra de una serie de artistas
claves de las generaciones de los 60 y 70. Actualmente, una buena parte
de la obra de este gran maestro de la plástica dominicana del siglo XX
se puede ver en el Museo Bellapart, único museo privado de arte moderno
dominicano, fundado en 1997 por el empresario y coleccionista Juan José
Bellapart.
Postimpresionismo,
cubismo, surrealismo, neoexpresionismo y abstracción, marcan las
décadas de los 50 y 60 en Santo Domingo. Nuestros imagineros asimilan y
transmutan estas tendencias a través de sus maneras íntimas de ver,
percibir y expresar las múltiples dimensiones de lo real y de lo no
real. El sentido de la tierra y las búsquedas identitarias se
constituyen en los más importantes factores de transformación desde los
inicios de la primera mitad del siglo XX. La pintura dominicana de los
60 y 70 también se caracteriza por su extraordinaria fuerza expresiva,
el dramatismo del color, la experimentación con las texturas de la
materia y los materiales extrapictóricos, así como por el abordaje de
una serie de temáticas de profundo contenido humano.
Los
creadores plásticos y visuales nacionales de las últimas tres décadas
se retroalimentan conscientemente de las expresiones primordiales de su
pueblos al mismo tiempo que se reapropian de los aportes vanguardistas
internacionales para crear un arte propio, auténtico, capaz de provocar
la mirada sobre nosotros mismos y de profetizar la trascendencia de
nuestra diferencia, incluso a través de las más minimalistas
elaboraciones simbólicas de nuestras contradicciones claves e
identitarias.
Las
décadas de los 80 y 90 nos permiten registrar una etapa de ruptura y
revitalización en la pintura, el dibujo, la escultura, el grabado, las
ambientaciones, las instalaciones y las nuevas prácticas artísticas. Los
fundamentales de los 80, responsables del primer impulso sostenido
hacia una práctica artística de ruptura y reflexión en la República
Dominicana traspasan hoy sobre los embelecos mercantiles que nos regalan
los mansos y sobre la triste desesperación de los entrampados.
Entre
estos destacan José García Cordero (1951), Dionis Figueroa (1954),
Johnny Bonnelly (1955), Tony Capellán (1955), Belkis Ramírez (1957),
Polibio Díaz (1958), Marcos Lora Read (1965), Jorge Pineda (1961) y Elia
Alba(1962), Jesús Desangles (1961), Pedro Terreiro (1955), Juan Mayi
(1963), Inés Tolentino (1962), Miguel Pineda (1962), Luz Severino
(1962), Chiqui Mendoza (1964), Elvis Avilés (1965), Aquiles Azar Billini
(1965), Raúl Recio (1965), Ernesto Rodríguez (1965), Pascal Meccariello
(1968), Gina Rodríguez (1968) y Julio Valdez (1969).
Aquí
se impone advertir la trascendental presencia de la mujer en el proceso
originario y a través de las etapas más brillantes de las artes
plásticas y visuales dominicanas de la modernidad. Esto es definitivo en
los casos de personalidades y obras fundamentales como Celeste Woss y
Gil (1891-1985), Marianela Jiménez (1925), Nidia Serra (1928), Clara
Ledesma (1924-1999), Noemí Mella (1926-1995), Ada Balcacer (1930), Omega
Peláez (1939), Elsa Núñez (1943), Sinnamon Tapia (1949), Soucy de
Pellerano (1928) y Rosa Tavarez (1939).
El
proceso fecundador de las raíces de la ruptura y la reflexión profunda
en el arte dominicano de las últimas tres décadas se confirma igualmente
en poéticas renovadoras como las de Belkis Ramírez, Inés Tolentino,
Maritza Álvarez, Charo Oquet, Luz Severino, Raquel Paiewonsky,
Scherezade García, Iliana Emilia García, Gina Rodríguez, Mayra Johnson,
Yolanda Naranjo, Miguelina Rivera, Rosalba Hernández, Iris V. Pérez,
Thelma Leonor Espinal, Patricia Castillo y Luisa Dueñas.