Por Adriano Miguel Tejada/Diario Libre
Siempre se ha dicho que las elecciones son una guerra, pero aquí son consideradas una guerra sucia.
La
guerra, aún la más cruenta, tiene reglas y hasta existe un convenio
sobre uso de armas y tratamiento a heridos, pero en nuestras guerras
electorales no hay protocolos que regulen el pleito ni piedad con los
combatientes.
La
razón es muy sencilla: nuestras elecciones no son torneos políticos
sino económicos. La victoria o la derrota significan la riqueza, el
cambio de status, o la pobreza y el escarnio. Es una pelea darwiniana de
vida o muerte por la supervivencia. Una pelea violenta y corrupta de
todo se vale, porque ambas tienen la misma raíz.
Si
se repasa la historia electoral nuestra, con excepción del 1924, donde
el candidato civilista Peynado antepuso el interés nacional al propio,
aquí es muy difícil encontrar generosidad de espíritu en los perdedores,
algunos de los cuales conocían su suerte desde mucho antes del conteo.
En cada elección surge un motivo de suspicacia, real o fabricado, para crear problemas.
Entiéndase
bien: los candidatos y partidos tienen todo el derecho de preservar sus
intereses y la Junta Central Electoral tiene la obligación de
garantizar unos comicios pulcros, pero de ahí a pretender boicotear los
comicios con peticiones infantiles que solo demuestran el atraso de los
peticionarios, es harina de otro costal.
Las elecciones se harán el 15 de mayo y no pasará nada porque lo de ahora es puro gadejo.
atejada@diariolibre.com