miércoles, 29 de junio de 2016

EL PODER DETRAS DEL TRONO! Fouché, "El Genio Tenebroso", el verdadero arte de estar y mantenerse en el poder

Fouché, el genio tenebroso
Ahora que las biografías vuelven a poblar estanterías y escaparates vale la pena rescatar esta pequeña pieza publicada por Editorial Juventud. A la vez retrato psicológico y fresco histórico, obra de uno de los cronistas imprescindibles de la Europa moderna, Stefan Zweig. Hay episodios de la Historia que acaparan la atención del gran público por destacar […]


José Camilo Vázquez/Tomado de http://www.mardetinta.com
Reseña
Ahora que las biografías vuelven a poblar estanterías y escaparates vale la pena rescatar esta pequeña pieza publicada por Editorial Juventud. A la vez retrato psicológico y fresco histórico, obra de uno de los cronistas imprescindibles de la Europa moderna, Stefan Zweig.

Hay episodios de la Historia que acaparan la atención del gran público por destacar con un brillo especial a través del tiempo. El Egipto de los faraones, el ascenso de Roma, el polvoriento trajín de las Cruzadas o la Segunda Guerra Mundial son algunos ejemplos que mantienen vivo su encanto a través de una sucesión interminable de libros, películas, series y otros productos culturales.

Algunos de estos momentos, no por breves menos estelares, representan verdaderos puntos de inflexión, confluencias turbulentas de intereses que acaban desembocando en algo completamente nuevo. Se les suele llamar revoluciones. Stefan Zweig seleccionó para uno de sus libros más memorables catorce de ellas y las convirtió en pasajes de novela. El austríaco popularizó así una personal conjunción de olfato psicológico, sentido estético y rigor. Se hizo eterno.

Esta obra, centrada en una figura a priori menor del estrellato histórico, nos lleva a profundizar en uno de los periodos que acabaron determinando el rumbo de nuestro continente: esa época que estalla con la Revolución Francesa y se cierra con el doble ascenso y caída de Napoleón Bonaparte. Entre sus remolinos bracea una personalidad inquietante pero premonitoria: el camaleónico José Fouché.

El hombre que nunca estuvo allí
Resulta difícil labrarse un lugar en la posteridad siendo coetáneo de gigantes como el emperador corso, el intrigante Talleyrand o el incorruptible señor de la guillotina Maximilien Robespierre. Quizás al nombre de José Fouché lo hubiera anegado el olvido de no ser porque sus maquinaciones despertaron el interés de Balzac, y posteriormente Stefan Zweig. Pero fue precisamente este oscurantismo el que permitió al susodicho personaje culminar sus dos logros principales: sobrevivir a los dos hombres más poderosos de su tiempo y no perder más que momentáneamente las riendas del poder, único amo al que vivió sometido.

Descendiente de una desconocida familia de marineros, Fouché falleció en la anomia del exilio interior. Pero entremedias se irguió como seminarista, profesor de física y matemáticas, diputado electo en la Convención Nacional, figura clave durante el Directorio, ministro de policía de Napoleón y Duque de Otranto por la gracia del Primer Imperio. Zweig no escatima admiración hacia un personaje que, analizado someramente, no sería más que un ejemplo de constante traición. Pero su trayectoria nos sugiere matices que van más allá de lo ordinario, y es esa peculiar grandeza la que el autor, con su vibrante estilo habitual, nos quiere mostrar.

Porque, ¿cómo puede un hombre redactar el primer manifiesto comunista de la era moderna para pasar a atesorar años más tarde una de las mayores fortunas de Francia, título nobiliario incluido? ¿Cómo se puede ser cómplice al mismo tiempo de la llegada de Bonaparte al poder y promotor de su caída sin que el corso pueda nunca permitirse prescindir de él? ¿Cómo puede alguien convivir con esas contradicciones y salir airoso de cada burla y requiebro cometidos, dejando a sus enemigos sin palabras ni armas para darle caza? Zweig diseca con esmero la vida de este personaje polimorfo y escurridizo tratando de arrojar luz sobre sus motivaciones, incomprensibles para la mayoría de los que tuvieron que sufrir sus intrigas.

La aventura de sobrevivir
Durante sus primeros años en el seminario José Fouché aprendió a callar y escuchar. Desarrolló así una notable capacidad para comprender el caprichoso corazón de los hombres. Luego, repentinamente, se metió en política. Eran los años de la Revolución Francesa y el pueblo había roto la baraja del Antiguo Régimen. Hombres libres, ciudadanos, podían saltar a la arena pública y reclamar su porción del tótem despedazado que era el poder, hasta entonces patrimonio del rey.

Pero el escenario no podía ser más hostil. Las masas, autoensalzadas en la figura de los diputados de la Convención, oscilaban unos meses hacia el conservadurismo y otros tantos hacia el radicalismo más exaltado. Girondinos y Jacobinos. Montaña y Marais. Los oradores que triunfaban un día podían acabar decapitados al mes siguiente. El ardor libertario había derivado en el Terror. No era un son que todos supieran bailar, pero Fouché iba a hacer de este terreno incierto su campo de juegos particular. Una sola sería su receta: contra la tormenta, flexibilidad.

Es esta lucha por la supervivencia la que agita los primeros pasos de la joven república y nos permite a su vez sumergirnos de lleno en el estudio psicológico del ciudadano Fouché. Descubrimos en sus intrigas nocturnas a un negociador taimado, enemigo de la ligazón y de los compromisos que lastran a tantos otros. Se desvela una ambición sin vanidad. De forma opuesta a los que pretenden vivir en coherencia con sus ideales, Fouché sólo defiende activamente su pertenencia a la mayoría. No lanza proclamas. No hace ruido. Sólo se ubica, urde, conspira, y calcula el momento crucial en que los favores cambian de bando. Crea alianzas y se deja abierta la retirada. Intuye el momento de escapar. Y es entonces cuando demuestra toda su osadía, la que hace de la deserción su acto más rotundo, libre, personal. Traiciona, medra. Y vuelta a empezar.

El poder como norte
Stefan Zweig, quien se suicidó en el exilio brasileño convencido de que el Tercer Reich vencería la Gran Guerra, bien puede ser considerado como uno de los principales renovadores del género biográfico. Ello se debe, principalmente, a su maestría para adentrarnos en el espíritu de cada una de las épocas que aborda. Su estudio sobre Fouché se publicó por primera vez en 1929, once años depués de la derrota y desintegración de su nación de origen, el Imperio Austro-Húngaro. Quizás por ello sea posible detectar cierto vínculo, un clima emocional compartido entre los bastidores de la Francia revolucionaria y esa Europa que se desangrará de nuevo pocos años más tarde. Zweig comprendió que tras la excusa de los ideales anida el poder del oportunista. Y que contra ese fantasma no existe verdadera posibilidad de triunfar.

A este clima de pesimismo se le habrá de sumar el interés del autor por la obra de Sigmund Freud. El resultado es una tragedia europea en la que las fechas, los números y los nombres pierden importancia frente a lo que el autor verdaderamente desea explorar: el deseo, los miedos, miserias, las pequeñas virtudes y secretas alegrías de este antihéroe de la Historia que es José Fouché. Su figura no es excepcional, pero sí paradigmática. Anuncia el fin de las utopías y la llegada del político profesional, el yonqui del poder, ése que únicamente siente que su vida cobra sentido al observar las repercusiones que sobre las masas tienen sus propias decisiones. El que serpentea y trepa entre los súbditos de la moral al tiempo que los moraliza convenientemente para poder dominarlos. El verdadero poder en la sombra

Este ansia, esta cratorexia, no puede encontrar un ejemplo más elocuente que un Fouché que vive diseminando rumores, acaparando información. Con ella a buen recaudo puede plantar batalla incluso a las bayonetas de Napoleón. Y será casi inevitable encontrarle un punto pícaro, un amago de complicidad, cuando sus superiores amenacen una y otra vez con fusilarlo sin que sean realmente capaces de apearle de su gesto impasible, de sus espaldas bien cubiertas, de su feroz individualismo. No será fácil pillarle con el paso cambiado. Como bien sabe, la revoluciones no pertenecen a quienes las inician, sino a quienes sobreviven para sentarse sobre sus cenizas. Él estará más cerca que nadie de lograrlo.

Hoy, más que nunca, recomendamos leer “Fouché, el genio tenebroso”. Su historia es la de la política contemporánea. La del fin de los héroes. Pocos fueron en su momento tan conscientes de este hecho como Stefan Zweig. Su herida se reabre hoy y le da sentido al agravio constante al que nos somete la casta política. Sólo conociendo ambas partes de la historia nos veremos en la disposición de actuar y -quizás- acertar.