Diario de una controladora del sexo
Frantiska K. vigilaba todos los pasos de Nadezhda, una joven prostituta checa, a la que explotó durante años en Barcelona. Al tiempo escribió sus reflexiones en una libreta
JESÚS GARCÍA 24/12/2011/TOMADO DE EL PAIS.ES
Nadezhda pasea por la comisaría su larga melena rubia, su metro ochenta de estatura y una minifalda ceñida. No atiende a lo que le dicen. Lo mismo se entretiene con un lápiz que corretea por los pasillos. Se ríe. Cree que tiene 25 años, pero en realidad suma 28 y pasa los días en una calle cuyo nombre ignora, la de Sant Ramón, corazón histórico de la prostitución callejera en Barcelona. Al inspector del Cuerpo Nacional de Policía que la interroga no sabe decirle qué día es. También ignora la fecha de cumpleaños de su hijo Radek, al que tuvo con un cliente cuando se prostituía en Praga. Solo se entristece un poco cuando recuerda que sus compañeros de clase se burlaban de ella porque era “de un nivel inferior”. Pero dice que ahora es feliz y que su chulo, Anton B., y su controladora, Frantiska K., la tratan bien por más que él refunfuñe cuando lleva a casa poco dinero y que ella, a la que considera “como una madre”, no la deje a sol ni a sombra.
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“Cuento los clientes que tienen que atender al mes y se me cruzan los ojos. Nadie se da cuenta de que les duelen los bajos”
Mientras Nadezhda deja atónitos a los policías con su cuerpo de mujer centroeuropea y su comportamiento infantil, ajeno a las cosas de este mundo, Frantiska K. se niega a declarar. Es el 30 de abril de 2008 y los agentes acaban de detenerla en la plazoleta donde ha visto pasar las horas los últimos ocho años. Desde allí ha vigilado a la chica, pero también ha observado la dureza de la vida cotidiana en ese rincón de Barcelona, ha hablado con los personajes que la pueblan y ha plasmado sus reflexiones en una vieja libreta con guías de color rosa, de esas que evitan que, al escribir, la letra se tuerza. El diario original, escrito en checo, fue enviado por la policía al juzgado y traducido al español. Sus páginas revelan una historia personal de soledad y sufrimiento, pero también son una aproximación ambivalente al mundo de la prostitución y un relato duro y transparente de un tiempo y un lugar.
“Hoy he cumplido 59 años, pero lo que he vivido en España no lo había vivido en ningún sitio. Estoy en esta plaza todos los días, de la mañana a la noche. Estoy sentada o de pie y miro alrededor. Escucho a los demás y eso se me hace duro”, escribe Frantiska. Su vida es de una monotonía asfixiante desde que, en el año 2000, abandonó la República Checa en un largo viaje en coche hasta Barcelona. Desde entonces, está con Nadezhda a todas horas y no hay nada que no hagan juntas. O casi. Solo se separan cuando la chica atiende a un cliente. “Tengo solo a ella y ella solo a mí. Solo confiamos una en otra. Aunque ella no entiende mis sueños ni deseos. Qué pena. Ella también está añorando nuestra tierra pero, ¿qué haríamos en Chequia? Aquí por lo menos tenemos una cama limpia, comida y algo de dinero”.
“Madre” e “hija”, como se ven la una a la otra, vivían por aquel entonces en un piso del humilde barrio de Poble Sec, con Anton, un hombre ocioso que se dedicaba a “ir al gimnasio y salir de copas”, según fuentes de la investigación. Cada día, a primera hora, Nadezhda y Frantiska toman un taxi hasta Sant Ramón. El físico imponente de la joven checa la eleva por encima de sus compañeras de calle, lo que le ha hecho ganar una clientela estable. En las 12 horas de jornada diaria, sube a la habitación a una media de diez hombres. Cobra 20 euros por servicio y obtiene unos beneficios mensuales que rondan los 6.000 euros. Todo el dinero lo gestionan Frantiska y Anton. El trabajo de Nadezhda da a los tres lo suficiente para comer, pagar el alquiler y coger un taxi de vuelta a casa por la noche. También, para enviar a Radek 200 euros al mes, que es la cantidad que cree ganar Nadezhda.
El diario de la controladora está repleto de expresiones soeces y describe con crudeza el trabajo de las chicas, los problemas con la policía o las palizas de los macarras (los proxenetas). “Estas chicas podrían trabajar en el ambiente limpio de un club. Pero allí una puta no puede ni abrir la boca. Hay mafias y no les quedaría ni para el pan. En la calle solo la amenaza el macarra cuando gana poco”. Frantiska presume de una enorme fe religiosa y en ocasiones se compadece de la suerte de las mujeres de Sant Ramón: “Cuando veo a las chicas, con qué desgana van a follar con el cliente, me dan un poco de pena. Cuando me pongo a contar cuántos clientes tienen que atender al mes se me cruzan los ojos. Nadie se da cuenta de que a veces les duelen todos los bajos; importa solo el dinero. No hay ninguna compasión”.
“A veces me siento como una tonta. Si me observas pensarás que estoy loca. Estoy sentada en mi escalón y voy señalando a la chica dónde puede ir a follar. Es cómico ver los gestos y señas que hago”, relata Frantiska, que siente nostalgia de su país y añora al hijo que, también ella, dejó allí. “Quiero mucho a mi hijo y a Nadezhda (…) Llueve, tengo frío, y espero con paciencia (…) Aunque me he vuelto una mujer dura, hoy no me siento bien. Es el cumpleaños de mi hijo otra vez y mañana es la Nochebuena. Estoy a 2.000 kilómetros de mi familia”.
Las reflexiones de Frantiska narran los acontecimientos del Raval en distintos meses de 2006 y 2007. Ese año se produjo la entrada de Rumanía y Bulgaria en la UE. “Se va a robar más y va a haber más putas”, predice la controladora. No solo juzga con desprecio a ciertos colectivos, sino que también es muy crítica con el sistema penal español, al que considera muy blando. “Esto es el paraíso de la mafia”, recoge el diario de Frantiska, que pide la ley del ojo por ojo. La mujer es testigo del juego del ratón y el rato al que parecen someterse policías y prostitutas. “La policía tiene mucha paciencia, pero las chicas también. Hay días en que se van a follar descaradamente delante de ellos y se hacen los locos. Ya no me extraña que las chicas se rían de ellos. Les insultan en rumano y les dicen tacos”. El documento incautado por la policía recoge el paso a políticas cada vez más duras contra la prostitución callejera. La presión policial amenaza con arruinar el negocio, lamenta Frantiska.
En 2007, la Interpol emitió una orden de búsqueda de Nadezhda. Siete años después de abandonar el hogar, la madre fingió darse cuenta de que la chica había desaparecido. En realidad, el problema era que el grifo del dinero (los 200 euros mensuales para Radek) empezó a cerrarse, y la madre quiso retomar el contacto. Los agentes localizaron a Nadezhda en la calle el 12 de marzo de 2008. Todos los testigos coincidían en que podría sufrir una disminución psíquica y que estaba en una situación de desamparo.
La policía detuvo a Frantiska y a Anton. La Fiscalía pidió prisión para ambos. La chica fue sometida a una breve exploración y los forenses concluyeron que sufría una desorientación cultural. Un juzgado de Barcelona decretó la libertad del proxeneta y la controladora porque la chica había manifestado que era feliz con lo que hacía y archivó la causa. Tiempo después se supo que las autoridades checas habían declarado que Nadezhda sufría una deficiencia mental grave y le habían retirado la capacidad legal para obrar. Tras ser rescatada, la chica pasó un tiempo en una casa de acogida. Allí pintaba con colores. También era feliz. Sus explotadores, ya en libertad, le ofrecieron volver a hacer la calle a cambio de un coche. Nadezhda volvió con ellos sin pestañear. Los policías, indignados, la vieron prostituirse en Sant Ramón durante un mes. Después, les perdieron la pista a los tres y no han vuelto a saber nada de ellos.
“La desgracia no anda en las montañas, anda entre la gente. Es un dicho checo. Me pregunto a veces por qué Dios permite todo esto. Necesito tanto hablar con alguien, pero no tengo con quién (…) Cuando miro a la chica me da mucha pena. Desearía de todo mi corazón que ella tuviera una vida feliz y una familia. Tengo también miedo de qué va a ser de ella cuando yo falte. Me gustaría que no estropease más su salud y empezase una vida normal. Entonces yo podría estar tranquila y solo me preocuparía de cocinar y descansaría delante de la tele. ¿Llegaré algún día a vivir así?”. -