Ascenso y Descenso del Suroeste
Por Welnel Darío Féliz
Hacia 1492, a la llegada de los
castellanos encabezados por Cristóbal Colón, los cronistas coinciden que
la región del suroeste era la más poblada, mejor organizada y la de
mayor nivel de cultivo de la isla.
Bartolomé de Las Casas sostiene que
tenía unos 200 señores, con el Bohechío como cacique principal y que
eran personas “de mucha nobleza, una lengua delgada, de suaves vocablos,
muy pulida; las mujeres y los hombres eran los de más hermosas
facciones, cuerpos bien formados, sus gestos y vivir diarios eran
mayores que los demás habitantes”. Además, allí se desarrollaba una
profusa agricultura, en la que empleaban sistemas de regadío:
almacenaban aguas en fosos, con la que regaban grandes extensiones de
tierras, produciendo así excedentes que les permitían negociar con los
habitantes de otras regiones. El algodón fue uno de sus principales
productos.
El exterminio paulatino de los tainos
suroestanos en los primeros años del siglo XVI no eliminó la vocación
agrícola y productiva de la región. Después de la caida de la extracción
aurífera y el crecimiento de la ganadería, cuyo mayor auge llegó en la
segunda mitad del siglo indicado, el suroeste vivió una etapa de
avivamiento. En la zona se instalaron unos 10 hatos, muchos de los
cuales estaban en la cuenca del Río Neiba (Yaque), entre ellos:
Cristóbal de la Sal, Pesquería, La Otra Banda y otros. Todos estos hatos
tenían sitios de crianza, un pequeño lugar habitado y conucos para la
siembra de víveres.
Esta etapa de cierto florecimiento
poblacional y económico se vió coartada repentinamente en 1606. Entre el
28 de septiembre y el 6 de octubre todos estos hatos fueron eliminados:
quemados los bohíos, destruidos los conucos y trasladados los ganados y
habitantes hacia las cercanías de Azua. Así inició el siglo XVII para
el suroeste: despoblado y sin actividades productivas en la zona.
Durante la centuría algunas incursiones no sedentarias se dieron. Era
costumbre que los pescadores de Azua y Santo Domingo se trasladaran a la
había a esos fines y allí, también podían sembrar algunos productos que
podían servir en su momento para su manutención. Asimismo, las minas de
sal fueron explotadas, no de forma intensiva, en ocasiones, cuando no
cuajaba la sal en Puerto Hermoso, o, como en 1686, cuando se permitió su
explotación a unos comerciantes, para con su venta construir dos
vergantines para la defensa de Santo Domingo.
El siglo XVIII trajo nuevos aires al
suroeste. La ocupación del oeste de la isla por los franceses y la
instauración del sistema de plantaciones trajo consigo una alta demanda
de productos, principalmente carne, que los españoles estaban dispuestos
a suplir. De forma progresiva el suroeste se fue repoblando,
reactivando los antiguos hatos e instalando otros nuevos, asimismo, se
fundaron pueblos, como Neiba, en 1735, e inició una importante
producción agrícola, tanto en los conucos de los hatos como en otros
sitios. Para estos años, el espacio ambiental del suroeste no era ya el
mismo. Las antiguas extensas zonas agrícolas de los tainos, sin uso
durante más de 200 años, habían sido ocupadas por el bosque, los árboles
se habían robustecido y las montañas y zonas bajas intactas, la caoba,
guayacán, ébano, pino, roble, capá, baría, membrillo, espinillo,
candelón, higo, chicharrón, jobo, cabilma, laurel, guasumilla, almácigo y
la cigua las poblaban.
La última década del siglo XVIII fue de
vicisitudes y sobresaltos para los suroestanos. Hacia 1791 estalló el
movimiento de liberación de los esclavos en Saint Domingue, lo que
coartó el comercio ganadero y agrícola, con mucho crecimiento por
entonces, y en los años siguientes, la ocupación inglesa de Neiba y
varias penetraciones de los libertadores más allá de la frontera
generaron desasosiego de la zona. Los habitantes entonces apelaron a un
comercio que venía tomando cierto auge en el último cuarto del siglo: la
madera.
El siglo XIX inició para los suroestanos
con el comercio maderero. En una fecha temprana como 1801 Toussaint
Louverture fundó Barahona y ese pueblo y el puerto de su nombre se
convirtieron en el lugar por excelencia para el embarque. Primero se
talaron los bosques cercanos al mar y a los ríos (surgiendo así pueblos
como Rincón hoy Cabral) y luego la penetración fue más hacia la sierra.
Durante la presencia francesa fue este comercio el que sostuvo la
administración, por igual, fue el que ayudó bastante a los habitantes
durante el control español. Asimismo, sirvió de base económica
suroestana en los años de la dominación haitiana, años en los cuales los
censos agrícolas indican la existencia de más de 600 unidades
productivas y unos 9 cortes permanentes. Fue una etapa en que la gente
vivía, comía y vestía sin muchos esfuerzos, pues de lo que ganaba en los
cortes, según Sir Robert Schomburk, podía comer hasta 6 meses sin
volver a trabajar. El ganado y productos agrícolas se vendían, así como
algunos bienes terminados.
Pero la madera no era para siempre. Ya
para la década de 1850 daba signos de agotamiento. Por entonces, las
montañas y lugares cercanos a los ríos tenían solo arbustos, por lo hubo
que ir más arriba y lejos en su búsqueda, dificultando su extracción,
solo considerar que se abrieron cortes en la la loma de Los Pinos, hacia
1855, en Neiba. Al agotamiento de la madera se unió la guerra a partir
de 1844. La contienda bélica por el Estado dominicano fue nefasta para
los suroestanos. Ella no solo obligó a la inclusión de los hombres al
ejército, sino que fue por aquellos sitios que se produjeron las
principales penetraciones haitianas, consumiendo toda la producción
agrícola y el ganado. Asimismo, la espectativa era constante, lo que
provocaba el abandono de los cultivos. A la guerra por la independencia
se unió la de la Restauración y luego la de los sies años, enteramente
escenificada en el suroeste, todas con los mismos efectos. Era tanta la
crisis, que la genta comía caña como alimento principal, escasos
pescados y rubros, consumiento poca carne.
Durante los primeros 30 años de
existencia del Estado los habitantes del suroeste se debatían en la
miseria. Esta no era una realidad desconocida para el Estado, de allí
que los gobiernos trataron de impulsar proyectos que le cambiaran. Una
de las primeras medidas era el incentivo hacia cultivos agrícolas como
el café, lo que provocó en Panzo, en Neiba, y en otros sitios, algunos
comenzaran a sembrar café en la década de 1870. Por entonces, Barahona
era un pueblo casi desabitado, paupérrimo, pero su potencial como pueblo
principal, a partir del puerto, era reconocido, de allí que se votaron
iniciativas para que desde él se pudiese cambiar todo el suroeste. Así,
hacia 1882 se le dio categoría política de distrito a la región,
separandola administrativamente de Azua, abriendo el puerto para
exportación e importanción (no como estaba desde 1875 solo para
exportación) y se le concedió al ayuntamiento de Barahona la
administración de los beneficios que generarían las aduanas terrestre de
Tierra Nueva y el puerto marítimo, las patentes que cobrase y todos los
impuestos por alcabalas y transporte. Todo estaba dirigido a la
instalación de escuelas, a la mejora de los caminos, al impulso de la
agricultura, al incentivo de las poblaciones. Asimismo, se tomaron
medidas para eliminar el tráfico ilícito de mercancías desde Haití,
incentivando a comerciantes a que se instalacen en la región. Algunos
servicios, como las boticas, fueron exonerados de patentes. Iniciaron
años de transformaciones que llevarian a Barahona y la región a una
importante estabilidad y desarrollo económico. Aunque la madera se
siguió comercializando, ya no era un renglón de importancia en la
economía regional.
El siglo XX inició como mucha
inestabilidad polìtica en la región, pero tal no afectó sustancialmente
la evolución económica. En Polo aumentó la producción cafetalera, así
como en otros sitios cercanos a Barahona. Hacia 1802 se instaló la
compañía algodonera Habanero Lumber Co., la que construiría el muelle
años posteriores, contratando mano de obra para tales fines y ya hacia
1916 inicia la instalación del Ingenio Barahona, emporio azucarero que
transformó el ambiente y la economía de la región. Para que se tenga una
idea del impacto de esta última industria, hacia 1917 se patentizaron
en Barahona 44 comercios y para 1924 unos 214 se registraron en los
libros del ayuntamiento. El crecimiento de la población fue notorio, así
como la estabilidad social y un cierto estado de bienestar.
Al café de Enriquillo, Panzo, Polo y Las
Lomas y al ingenio, se unieron varias industrias, dedicadas a trabajar
con maderas y para 1943 se apertura definitivamente la extracción de sal
y yeso de los montes de Las Salinas; por igual, para los últimos años
de la década de 1950 la Alcoa Company abre su explotación de bauxita en
Pedernales. Todas estas empresas y minería empleaban mano de obra.
Creció así el comercio, la producción agrícola, el poder adquisitivo,
también se asistió a una transformación en los espacios educativos y
culturales dandole a los pueblos de la región un impresionante auge en
todos los ordenes.
Toda esta estabilidad y desarrollo se
mantuvo durante unos 80 años. Para la década de 1970-1980 se comienza a
observar cierta disminución en la producción cafetalera en Panzo y
Enriquillo y pocos años después la Alcoa sale del territorio
pedernalense. En los primeros años de la década de 1990 Polo y Barahona
comenzaron a experimentar los efectos de la evolución familiar. Por
entonces, los comercios en Barahona comenzaron a mermar, por igual,
grandes extensiones de tierras en Polo sembradas de café dejaron de ser
atendidas: muchos de los hijos no continuaron con las actividades de sus
padres y prefirieron vivir en Santo Domingo. En Polo, algunas personas y
familias comenzaron a monopolizar la tierra y la producción, lo que
provocó que miles de pequeños productores que existían en la década de
1970 desaparecieran.
El golpe de gracia fue propinado a
partir de 1997, con la capitalización de las minas de sal y yeso y del
ingenio. En ambos casos asistimos a perdidas masivas de empleos y, por
tanto, a una disminución del poder adquisitivo. Correlativamente con
ello, disminuyó el comercio, las actividades agrícolas y otros
renglones. En algunos pueblos comenzó a mermar la población y en otros a
experimentar estaticidad. La emigración sureña se hizo presente. Muchos
se mudaron a Santo Domingo y otras ciudades del país, otros a Estados
Unidos o Europa. Es precisamente en los lugares cuyo número de migrantes
es mayor, como Vicente Noble, que es notoria una interesante actividad
económica y cierto bienestar, además de un crecimiento paulatino de la
población.
El descenso del suroeste es notorio, su
población se debate en la subsistencia, en la busqueda incierta del
alimento, en el endeudamiento, en la delincuencia, la inestabilidad
social y el fraccionamiento de las familias. Pero las esperanzas no
desaparecen y así como ha ocurrido en el derrotero de su historia, el
suroeste resurgirá de sus cenizas. Hagamoslo.