lunes, 1 de octubre de 2012

ILUSTRE INTELECTUAL BARAHONERO! Ascenso y Descenso del Suroeste

ILUSTRE INTELECTUAL BARAHONERO!
Ascenso y Descenso del Suroeste

Por Welnel Darío Féliz
Hacia 1492, a la llegada de los castellanos encabezados por Cristóbal Colón, los cronistas coinciden que la región del suroeste era la más poblada, mejor organizada y la de mayor nivel de cultivo de la isla.

Bartolomé de Las Casas sostiene que tenía unos 200 señores, con el Bohechío como cacique principal y que eran personas “de mucha nobleza, una lengua delgada, de suaves vocablos, muy pulida; las mujeres y los hombres eran los de más hermosas facciones, cuerpos bien formados, sus gestos y vivir diarios eran mayores que los demás habitantes”. Además, allí se desarrollaba una profusa agricultura, en la que empleaban sistemas de regadío: almacenaban aguas en fosos, con la que regaban grandes extensiones de tierras, produciendo así excedentes que les permitían negociar con los habitantes de otras regiones. El algodón fue uno de sus principales productos.


El exterminio paulatino de los tainos suroestanos en los primeros años del siglo XVI no eliminó la vocación agrícola y productiva de la región. Después de la caida de la extracción aurífera y el crecimiento de la ganadería, cuyo mayor auge llegó en la segunda mitad del siglo indicado, el suroeste vivió una etapa de avivamiento. En la zona se instalaron unos 10 hatos, muchos de los cuales estaban en la cuenca del Río Neiba (Yaque), entre ellos: Cristóbal de la Sal, Pesquería, La Otra Banda y otros. Todos estos hatos tenían sitios de crianza, un pequeño lugar habitado y conucos para la siembra de víveres.


Esta etapa de cierto florecimiento poblacional y económico se vió coartada repentinamente en 1606. Entre el 28 de septiembre y el 6 de octubre todos estos hatos fueron eliminados: quemados los bohíos, destruidos los conucos y trasladados los ganados y habitantes hacia las cercanías de Azua. Así inició el siglo XVII para el suroeste: despoblado y sin actividades productivas en la zona. Durante la centuría algunas incursiones no sedentarias se dieron. Era costumbre que los pescadores de Azua y Santo Domingo se trasladaran a la había a esos fines y allí, también podían sembrar algunos productos que podían servir en su momento para su manutención. Asimismo, las minas de sal fueron explotadas, no de forma intensiva, en ocasiones, cuando no cuajaba la sal en Puerto Hermoso, o, como en 1686, cuando se permitió su explotación a unos comerciantes, para con su venta construir dos vergantines para la defensa de Santo Domingo.


El siglo XVIII trajo nuevos aires al suroeste. La ocupación del oeste de la isla por los franceses y la instauración del sistema de plantaciones trajo consigo una alta demanda de productos, principalmente carne, que los españoles estaban dispuestos a suplir. De forma progresiva el suroeste se fue repoblando, reactivando los antiguos hatos e instalando otros nuevos, asimismo, se fundaron pueblos, como Neiba, en 1735, e inició una importante producción agrícola, tanto en los conucos de los hatos como en otros sitios. Para estos años, el espacio ambiental del suroeste no era ya el mismo. Las antiguas extensas zonas agrícolas de los tainos, sin uso durante más de 200 años, habían sido ocupadas por el bosque, los árboles se habían robustecido y las montañas y zonas bajas intactas, la caoba, guayacán, ébano, pino, roble, capá, baría, membrillo, espinillo, candelón, higo, chicharrón, jobo, cabilma, laurel, guasumilla, almácigo y la cigua las poblaban.

La última década del siglo XVIII fue de vicisitudes y sobresaltos para los suroestanos. Hacia 1791 estalló el movimiento de liberación de los esclavos en Saint Domingue, lo que coartó el comercio ganadero y agrícola, con mucho crecimiento por entonces, y en los años siguientes, la ocupación inglesa de Neiba y varias penetraciones de los libertadores más allá de la frontera generaron desasosiego de la zona. Los habitantes entonces apelaron a un comercio que venía tomando cierto auge en el último cuarto del siglo: la madera.


El siglo XIX inició para los suroestanos con el comercio maderero. En una fecha temprana como 1801 Toussaint Louverture fundó Barahona y ese pueblo y el puerto de su nombre se convirtieron en el lugar por excelencia para el embarque. Primero se talaron los bosques cercanos al mar y a los ríos (surgiendo así pueblos como Rincón hoy Cabral) y luego la penetración fue más hacia la sierra. Durante la presencia francesa fue este comercio el que sostuvo la administración, por igual, fue el que ayudó bastante a los habitantes durante el control español. Asimismo, sirvió de base económica suroestana en los años de la dominación haitiana, años en los cuales los censos agrícolas indican la existencia de más de 600 unidades productivas y unos 9 cortes permanentes. Fue una etapa en que la gente vivía, comía y vestía sin muchos esfuerzos, pues de lo que ganaba en los cortes, según Sir Robert Schomburk, podía comer hasta 6 meses sin volver a trabajar. El ganado y productos agrícolas se vendían, así como algunos bienes terminados.



Pero la madera no era para siempre. Ya para la década de 1850 daba signos de agotamiento. Por entonces, las montañas y lugares cercanos a los ríos tenían solo arbustos, por lo hubo que ir más arriba y lejos en su búsqueda, dificultando su extracción, solo considerar que se abrieron cortes en la la loma de Los Pinos, hacia 1855, en Neiba. Al agotamiento de la madera se unió la guerra a partir de 1844. La contienda bélica por el Estado dominicano fue nefasta para los suroestanos. Ella no solo obligó a la inclusión de los hombres al ejército, sino que fue por aquellos sitios que se produjeron las principales penetraciones haitianas, consumiendo toda la producción agrícola y el ganado. Asimismo, la espectativa era constante, lo que provocaba el abandono de los cultivos. A la guerra por la independencia se unió la de la Restauración y luego la de los sies años, enteramente escenificada en el suroeste, todas con los mismos efectos. Era tanta la crisis, que la genta comía caña como alimento principal, escasos pescados y rubros, consumiento poca carne.

Durante los primeros 30 años de existencia del Estado los habitantes del suroeste se debatían en la miseria. Esta no era una realidad desconocida para el Estado, de allí que los gobiernos trataron de impulsar proyectos que le cambiaran. Una de las primeras medidas era el incentivo hacia cultivos agrícolas como el café, lo que provocó en Panzo, en Neiba, y en otros sitios, algunos comenzaran a sembrar café en la década de 1870. Por entonces, Barahona era un pueblo casi desabitado, paupérrimo, pero su potencial como pueblo principal, a partir del puerto, era reconocido, de allí que se votaron iniciativas para que desde él se pudiese cambiar todo el suroeste. Así, hacia 1882 se le dio categoría política de distrito a la región, separandola administrativamente de Azua, abriendo el puerto para exportación e importanción (no como estaba desde 1875 solo para exportación) y se le concedió al ayuntamiento de Barahona la administración de los beneficios que generarían las aduanas terrestre de Tierra Nueva y el puerto marítimo, las patentes que cobrase y todos los impuestos por alcabalas y transporte. Todo estaba dirigido a la instalación de escuelas, a la mejora de los caminos, al impulso de la agricultura, al incentivo de las poblaciones. Asimismo, se tomaron medidas para eliminar el tráfico ilícito de mercancías desde Haití, incentivando a comerciantes a que se instalacen en la región. Algunos servicios, como las boticas, fueron exonerados de patentes. Iniciaron años de transformaciones que llevarian a Barahona y la región a una importante estabilidad y desarrollo económico. Aunque la madera se siguió comercializando, ya no era un renglón de importancia en la economía regional.

El siglo XX inició como mucha inestabilidad polìtica en la región, pero tal no afectó sustancialmente la evolución económica. En Polo aumentó la producción cafetalera, así como en otros sitios cercanos a Barahona. Hacia 1802 se instaló la compañía algodonera Habanero Lumber Co., la que construiría el muelle años posteriores, contratando mano de obra para tales fines y ya hacia 1916 inicia la instalación del Ingenio Barahona, emporio azucarero que transformó el ambiente y la economía de la región. Para que se tenga una idea del impacto de esta última industria, hacia 1917 se patentizaron en Barahona 44 comercios y para 1924 unos 214 se registraron en los libros del ayuntamiento. El crecimiento de la población fue notorio, así como la estabilidad social y un cierto estado de bienestar.

Al café de Enriquillo, Panzo, Polo y Las Lomas y al ingenio, se unieron varias industrias, dedicadas a trabajar con maderas y para 1943 se apertura definitivamente la extracción de sal y yeso de los montes de Las Salinas; por igual, para los últimos años de la década de 1950 la Alcoa Company abre su explotación de bauxita en Pedernales. Todas estas empresas y minería empleaban mano de obra. Creció así el comercio, la producción agrícola, el poder adquisitivo, también se asistió a una transformación en los espacios educativos y culturales dandole a los pueblos de la región un impresionante auge en todos los ordenes.

Toda esta estabilidad y desarrollo se mantuvo durante unos 80 años. Para la década de 1970-1980 se comienza a observar cierta disminución en la producción cafetalera en Panzo y Enriquillo y pocos años después la Alcoa sale del territorio pedernalense. En los primeros años de la década de 1990 Polo y Barahona comenzaron a experimentar los efectos de la evolución familiar. Por entonces, los comercios en Barahona comenzaron a mermar, por igual, grandes extensiones de tierras en Polo sembradas de café dejaron de ser atendidas: muchos de los hijos no continuaron con las actividades de sus padres y prefirieron vivir en Santo Domingo. En Polo, algunas personas y familias comenzaron a monopolizar la tierra y la producción, lo que provocó que miles de pequeños productores que existían en la década de 1970 desaparecieran.

El golpe de gracia fue propinado a partir de 1997, con la capitalización de las minas de sal y yeso y del ingenio. En ambos casos asistimos a perdidas masivas de empleos y, por tanto, a una disminución del poder adquisitivo. Correlativamente con ello, disminuyó el comercio, las actividades agrícolas y otros renglones. En algunos pueblos comenzó a mermar la población y en otros a experimentar estaticidad. La emigración sureña se hizo presente. Muchos se mudaron a Santo Domingo y otras ciudades del país, otros a Estados Unidos o Europa. Es precisamente en los lugares cuyo número de migrantes es mayor, como Vicente Noble, que es notoria una interesante actividad económica y cierto bienestar, además de un crecimiento paulatino de la población.

El descenso del suroeste es notorio, su población se debate en la subsistencia, en la busqueda incierta del alimento, en el endeudamiento, en la delincuencia, la inestabilidad social y el fraccionamiento de las familias. Pero las esperanzas no desaparecen y así como ha ocurrido en el derrotero de su historia, el suroeste resurgirá de sus cenizas. Hagamoslo.