La turbia historia de Mesalina
Los ojos de Hipatia Jul 2nd, 2013/Tomado de Los Ojos de Hipatia
Por Herminia Medina, historiadora.
Mesalina
Mesalina era una muchacha hermosísima, esbelta y de veloces movimientos, de ojos tan negros como el azabache y masas de rizados cabellos negros. Apenas pronunciaba una palabra, y tenía una sonrisa misteriosa que casi me enloqueció de amor por ella. Se alegró tanto de escapar de las manos de Calígula, y se dio cuenta con tanta rapidez de las ventajas que le reportaría el casamiento conmigo, que se comportó de un modo que me hizo sentirme seguro de que me amaba tanto como yo a ella. Esa era prácticamente la primera vez que me enamoraba de alguien desde la juventud, y cuando un cincuentón no muy inteligente y no muy atrayente se enamora de una muy atrayente y muy inteligente muchacha de 15 años, por lo general tiene muy malas perspectivas. Así describía Claudio a su esposa Mesalina en la conocidísima obra titulada “Yo, Claudio” de Robert Graves.
Mesalina (del 25 d.C. al 48 d.C.) ha pasado a la historia, gracias a los historiadores de su época, con Tácito en Anales y con Suetonio en Las vidas de los doce Césares, como la Emperatriz que vivió para el sexo y por el sexo. Pero, ¿quién era esa joven a la que tanto amó el Emperador Claudio? Valeria Mesalina tuvo una vida muy corta, tan solo vivió 24 años, pero, intensa, llena de asesinatos, lujuria y perversión. Hija de Marco Valerio Mesala y de Dominica Lépida, eran los parientes pobres de la familia más poderosa del Imperio Romano; la gens Julia. Su madre había dilapidado la fortuna familiar y sin poder esperar a que su hija optara a ser una vestal, sólo vio una vía plausible para el futuro de su hija que era casarla con un hombre rico de Roma. El afortunado fue el Senador Tiberio Claudio César Augusto Germánico, tío de Mesalina y 36 años mayor que ella. Para Claudio, tras dos divorcios, éste sería su tercer matrimonio, y esta vez, con una mujer mucho más joven, de 16 años, y emparentada con él.
La imagen que se tenía del Senador era de un hombre rico, viejo, desgarbado, enfermizo, cojo y tartamudo. Sin contar la fama de “idiota” que tenía el que era el tío del emperador, Calígula, el cual era el candidato perfecto para ser un títere bajo los caprichos de la joven. No fue ni el don de la retórica ni el de la oratoria de la joven las cualidades que cautivaron a Claudio, más bien, la admiración y el amor que ella decía que sentía por su persona, aparte de la extraordinaria belleza que poseía. El matrimonio aconteció sobre el año 39 d.C. y, durante un breve período de tiempo, Mesalina parecía aceptar la plácida y tranquila vida como esposa de un senador romano siendo madre de dos hijos: de una hija llamada Claudia Octavia y de un varón llamado Tiberio Claudio Germánico o, posteriormente, conocido con el sobrenombre de Británico. Encerrada en este aparente sosiego, la vida de Mesalina tuvo un revulsivo en el año 41 d.C., coincidiendo con el asesinato del Emperador Calígula a manos de la guardia pretoriana y, con ello, con la elección como emperador de su marido. De la noche a la mañana, Mesalina pasó de ser la de la esposa de un senador romano a ser la esposa del Emperador de Roma, y ella, la Emperatriz, la primera mujer del Imperio, con un poder ilimitado para su joven edad. He aquí, el inicio de su fatal desenlace, la llave hacia un camino de lascivia y muerte.
Tal era el poder y la influencia que ésta ejercía que muy pronto lo empezó a utilizar sin pensar en las futuras consecuencias. La vida de Mesalina dio un giro de 180 grados y, pasó de ser la primera mujer de Roma a ser considerada la primera meretriz. El número de sus amantes es desconocido, ya que, nunca tuvo reparo en tener relaciones sexuales con conocidos o desconocidos sin importarle su condición social o económica. De sus andanzas sexuales, el poeta Décimo Junio Juvenal escribiría en sus Sátiras: “Tan pronto como creía que su marido estaba dormido esta prostituta imperial vestía la capa que llevaba por la noche y salía de la casa acompañada de una esclava, puesto que prefería un lecho barato a la cama real. Disimulaba su cabello negro con una peluca rubia y se dirigía al lupanar de tapicerías gastadas, donde tenía reservada una cámara. Entonces tomaba su puesto, desnuda y con sus pezones dorados, atendiendo al nombre de Lyscisca y exhibiendo estómago de donde vienes, noble Británico”. No sólo Juvenal recogió sus andanzas sexuales, sino historiadores de su época narraban que acudía a sus citas nocturnas a los prostíbulos de Susurra, que era considerado uno de los peores barrios de Roma, para saciar su apetito sexual y, que no dudaba en recorrer las oscuras calles buscando a sus posibles acompañantes nocturnos. Uno de sus críticos y “cronista” de sus hechos fue Suetonio, quien dijo de ella que le gustaba el masoquismo puesto que se le hacía azotar y le gustaba que la cabalgaran rudamente, es mas, para ser más explícito dijo “tasaba cada golpeo cabalgata haciéndose pagar, hasta el último sestercio, como un comisario que va tras los deudores”. Todo ello consiguió que su nombre fuera sinónimo de una mujer corrompida. Una anécdota muy conocida y comentada, la cual, describiría su voracidad sexual, fue la competición sexual que organizó durante una ausencia de su marido, en la ciudad de Escila. La prueba consistía en una competición entre ella y una conocida prostituta de su época (que había sido elegida por su gremio para esta hazaña), para ver quién lograba satisfacer a más hombres en un solo día. En la historia queda escrito que mientras que la profesional tuvo 25 servicios, la emperatriz ofreció en total 200, aunque ese número sea exagerado por los enemigos de Mesalina.
De la libertad de la Emperatriz para poder moverse por Roma se debía en que en la época imperial, la mujer romana disfrutaba de una cómoda libertad, tanto a nivel de propiedad como de movimiento. Y a eso hay que sumarle la época de libertinaje que recorría las calles de la ciudad dejando atrás la imagen de las matronas romanas, tan importantes y alabadas durante época republicana. Todo ello ayudaba al hecho de la facilidad de divorciarse de la mujer que tenía el marido, en el momento en que él se encaprichaba de una joven podía disolver su unión y ser libre para relacionarse con su nueva amante. Así que no era de extrañar que la infidelidad estuviera al día en aquella sociedad tan depravada.
Pero no sólo su círculo de lujuria estuvo relacionado con las clases bajas de la sociedad. Su ambición no tuvo límite y ello la llevó a codiciar a hombres importantes, sin tener ninguna consideración ni sus competidoras ni con la voluntad de éstos en relacionarse con ella. Hizo que su marido trajera desde Hispania al que fuera su amor platónico de adolescencia, al cónsul Cayo Apio Silano, con el que quiso tener una relación pero él se negó a ello. Luego quiso casarlo con su madre pero ni con esas conseguía que sucumbiera a su encanto. Al final, utilizando su poder e influencia y respaldada por Narciso, el liberto de Claudio, lo acusó de conspirar contra su marido y fue eliminado del panorama. Otros que sufrieron su ambición y depravación fueron: el Senador Vinicio, que tras enviudar de su esposa Julia por culpa de los celos de Mesalina, fue envenenado. Y el anciano cónsul Valerio Asiático, el cual aunque fue su amante, lo acusó ante su marido y murió tras hacerse abrir las venas. Pero tampoco sus “competidoras” se libraban de su influencia. Julia, la sobrina de su marido Claudio fue asesinada por los celos que le tenía y Popea, quien era su rival ante el amor del actor Mnester, fue acusada de adúltera y obligada a suicidarse.
El clímax de toda esta locura ocurrió en el año 48 d.C. cuando Mesalina se enamoró perdidamente del Cónsul Cayo Silio, quien era considerado uno de los hombres más apuestos del Imperio. Hizo que se divorciara de su esposa y no tuvo mejor idea que casarse con él mientras que su marido se encontraba ausente de Roma. Al matrimonio, la “novia” consiguió o falsificar o que su marido firmara un contrato mientras estaba borracho, en el cual ella aportaba a ese nuevo enlace una jugosa dote. La pareja organizó un grandioso banquete nupcial e invitó a cónsules, senadores e importantes miembros de la sociedad romana. Los fastos duraron todo un día. Pero mientras Mesalina estaba ocupada en celebrar sus nupcias, el liberto Narciso informó a Claudio de las acciones de su esposa y de su propósito, repudiarlo y acabar con él. Por una vez Claudio no estuvo por la labor de ignorar o no ver las acciones de su imperial esposa, y dejó Ostia para dirigirse a Roma, y solucionar esta rocambolesca historia. Una vez allí, hizo matar al novio y tras emborracharse, hizo que llevaran a su mujer ante su presencia. Mesalina moriría a los 23 años tras una vida llena de excesos.
Llama la atención la libertad con la cual actuaba Mesalina, el poder tan absoluto que tenía sobre la vida de las personas, de su prepotencia para actuar ante una sociedad escandalizada por su libertinaje, la arrogancia con la que ejecutaba la condena a muerte de tantas personas y su influencia ante el Emperador y su parsimonia ante todos estos acontecimientos. Es mas, Claudio nunca tuvo plena consciencia de los quehaceres de su esposa, y como era un desmemoriado, Mesalina le hacía creer que él había sido quién había dado todas esas órdenes, firmándolas él mismo. De hecho, el día que firmó la sentencia de muerte de su propia esposa no se acordaba de ello, y se enteró de su muerte porque le extrañó que no bajara a cenar con él por la noche.
Si quieren leer más:
Los Doce Césares, de Suetonio.
Los poderes de Venus, de Alicia Misrahi.
Placeres reales. Reyes, reinas, sexo y cocina, de Toti Martínez de Lezea. Editorial Maeva.
Yo, Claudio, de Robert Graves. Alianza Editorial.