Por Isidoro Santana/Tomado de Acento.com.do
Ahora
bien, conociendo la realidad económica dominicana, creo que a ningún
economista ni funcionario que esté en su sano juicio se le ocurriría
propugnar porque se bajen. Ni a un político exento de demagogia.
isantana Isidoro Santana
Economista.
Investigador y consultor económico en políticas macroeconómicas.
Numerosos estudios sobre pobreza, distribución del ingreso y políticas
de educación, salud y seguridad social. Miembro de la Academia de
Ciencias de la República Dominicana. Miembro fundador y ex Coordinador
General del movimiento cívico Participación Ciudadana y ex representante
ante la organización Transparencia Internacional.
A
propósito de la inusitada reducción del precio del petróleo en el
mercado externo, y de los precios de las gasolinas y de otros
combustibles en el interno, muchos juicios se emiten diariamente sobre
el grado de vinculación entre ellos, y muchos artículos han escrito los
economistas y otros analistas sobre el tema.
Aquella
expresión que se hizo popular de que “cuando sube, sube; y cuando baja,
baja” parece haber sido entendida como que los movimientos serían, no
solo en la misma dirección, sino también en la misma magnitud.
Independientemente
de que reclamemos que en la fijación del precio semanal debe primar la
más estricta transparencia, creo que es un error pensar que las
variaciones tendrían que ser de la misma magnitud, por dos razones: en
primer lugar, porque los precios del petróleo vienen nominados en
dólares, y los precios internos en pesos. Entre ellos media la tasa de
cambio, que es otro factor a tomar en cuenta. Eventualmente podría darse
el caso de que el precio de paridad de importación (PPI) de un
combustible baje en dólares mientras sube en pesos, o viceversa.
En
segundo lugar, en la determinación de los precios internos intervienen
tres componentes: el PPI, los impuestos y los márgenes de intermediación
de los transportistas, distribuidores y detallistas. De la única manera
que las reducciones serían en la misma proporción es si los tres
bajaran simultáneamente. Pero no hay ninguna ley ni razón que diga que
así tiene que ser.
Cada
semana, para fijar los precios internos, se consideran las variaciones
de los precios externos (PPI), pero se mantienen fijos los componentes
internos, excepto una porción del impuesto que es ad valorem, es decir,
que se aplica según el valor, de modo que es arrastrado hacia abajo por
la disminución del precio internacional. De tal manera, los precios
internos son más rígidos que los del mercado internacional, sea hacia
arriba o hacia abajo.
Mucha
gente entiende que si bajan los precios internacionales de los
combustibles, por igual el Gobierno debería bajar los impuestos que les
aplica. Creo que ese es un razonamiento errado. Veamos las razones.
En
prácticamente todo el mundo, los gobiernos aprovechan el consumo de
combustibles para cobrarles un impuesto especial; igual que hacen con
los alcoholes y el tabaco. Diversas razones lo explican; en el caso de
los combustibles son: a) que por motivos de protección al ambiente, se
quiere desalentar su consumo; b) que impacta más a los ricos que a los
pobres; c) que es bueno para la balanza de pagos; y d) que es un
impuesto de alta recaudación y fácil administración.
Algunos
gobiernos le cobran un impuesto muy alto y otros más bajo. Hay algunos
que incluso pueden optar por no aplicarle ninguno y otros llegan al
extremo de subsidiar su consumo, pero a estos la gente los percibe como
poco menos que unos idiotas.
En
Europa la tradición es la de cobrar altos impuestos a los combustibles.
Por eso en dichos países la gasolina y el gasoil suelen ser muy caros.
En los EUA y en Latinoamérica suelen ser más moderados. Ciertamente la
República Dominicana es uno de los países con más alto impuesto a los
combustibles.
Ahora
bien, conociendo la realidad económica dominicana, creo que a ningún
economista ni funcionario que esté en su sano juicio se le ocurriría
propugnar porque se bajen. Ni a un político exento de demagogia.
Primero, por la escasa base tributaria del país, el déficit fiscal y la
creciente deuda pública.
Pero
la principal razón es esta: en un país donde entran anualmente decenas
de miles de vehículos lujosos pagando impuestos ridículamente bajos;
disfrutando de un subsidio cambiario gracias a una tasa de cambio
artificialmente sobrevaluada que constituye un llamado a llenar el país
de jeepetas; que pagan de placa menos que por una cena de restaurant por
el derecho de circular todo el año usando las calles, avenidas,
carreteras, puentes y caminos que construye el Estado; que ocupan la
mitad del espacio público de las ciudades sin pagar nada por
estacionamiento, y cuyas vías están atestadas de vehículos de todos los
calibres, que poco falta para subirnos unos sobre los otros, luce que
sería demasiado pedir que además se les baje el impuesto a la gasolina.
Cuando
la verdadera solución se encuentra en crear un buen sistema de
transporte público y aplicar las leyes y normas universales de tránsito.