«El vulgo cree, y las brujas confiesan, que en ciertos días y noches untan un palo y lo montan para llegar a un lugar determinado, o bien se untan ellas mismas bajo los brazos, y en otros lugares donde crece vello, y a veces llevan amuletos entre el cabello». Esta cita de un documento del siglo XV recogida por el profesor Antonio Escohotado en su monumental «Historia General de las Drogas» ilustra una de las explicaciones que se han dado el origen histórico de la imagen arquetípica de las brujas volando sobre sus escobas. No era el estramonio, tan de actualidad ahora, la única sustancia que utilizaban. También recurrían a la belladona y la mandrágora.
No se sabe si los jóvenes que en los últimos días han sido noticia por haber resultado intoxicados con estramonio tenían idea de que esta planta de la familia de las solanáceas ya era conocida y empleada por muchas mujeres de las épocas medieval y moderna. De la planta «Datura stramonium» obtenían un ungüento que se aplicaban en los genitales, al parecer impregnando el palo de una escoba que se introducían en la vagina. Así se producían orgasmos y alucinaciones, prácticas que la Inquisición perseguía y castigaba con denuedo.
Era esto habitual en el mundo ruralizado y sin alfabetizar del pasado y a ellos se deben muy probablemente algunas de las denominaciones populares que se ha dado al estramonio, como berenjena del diablo o higuera del infierno. El estramonio estaba arraigado como afrodisíaco pecaminoso en el folclore más clandestino, folclore que dio lugar a todo un fenómeno social, el de la brujería. La fascinación por lo oculto y por las sustancias naturales que ayudaban a los simples a alterar sus estados de conciencia estaban muy extendidos en una sociedad en la que las penurias marcaban la vida del común.