El S.S. Ventnor zarpó desde
Nueva Zelanda rumbo a China en 1902, pero desapareció a las 48 horas. Un
investigador sintió “una llamada espiritual” desde el fondo del mar y
lo encontró
Albert extrajo una campana y otros bjetos de los restos del Ventnor
Crédito: AP 3 de 3
Albert extrajo una campana y otros bjetos de los restos del Ventnor
El S.S. Ventnor se hundió hace
112 años al norte de la costa de Nueva Zelandia con una carga inusual:
los cuerpos de 499 mineros chinos, algunos en ataúdes de madera y otros
en cofres de zinc.
Habían ido a la isla de Oceanía
para probar suerte buscando oro y pagando como adelanto el viaje de
vuelta, sin considerar si lo hacían vivos o muertos. Las historias sobre
la leyenda del buque maldito proliferaron desde entonces a lo largo de
la bahía Hokianga, el accidente costero más cercano al lugar de la
tragedia.
Allí se encontraba el
documentalista amateur John Albert, según consigna el sitio de noticias
local Stuff, cuando conoció la historia del S.S. Ventnor y “sintió un
escalofrío, como si un espíritu lo hubiera poseído”.
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La referencia apunta
directamente a las almas de los mineros que querían ser sepultados en
China pero que llevan más de un siglo esperando que su viaje de regreso
-que ya está pago- llegue a su fin.
Ellos eran parte de la
inmigración china que a partir de 1860 llegó a Nueva Zelanda atraída por
la fiebre del oro. Buscaban hacer fortuna para luego regresar junto a
sus familias. Aunque la mayoría murieron en la pobreza, era costumbre
asegurarse que retornarían a China en cualquier circunstancia.
Así sucedió con los 283
fallecidos que fueron devueltos a Pekin en 1883. Y esa era la deuda que
quería saldar Chole Sew Hoy, un exitoso inversor en los yacimientos de
oro que además se dedicaba a venderles enseres a los mineros. Para eso
había contratado al S.S. Ventnor, que zarpó de Wellington en octubre de
1902.
La nota de Stuff donde relata el inconcluso viaje de las almas chinas a su tierra y los objetos extraidos por Albert
Los 499 cadáveres que llevaba a
bordo habían sido exhumados -algunos después de 20 años de estar
enterrados en Nueva Zelanda- y prolijamente preparados para el viaje.
Según describió el North Otago Times, los cráneos fueron lavados por un
chino que “mientras tanto fumaba cigarrillos con toda tranquilidad,
desechando todos los tejidos que aun permanecían adheridos con un
cepillo exfoliante”.
La preparación tomó años.
Tantos, que el mismo Sew Hoy falleció antes de ver zarpar el barco y
terminó siendo parte del macabro cargamento. Al final, muchos restos
fueron incinerados y las cenizas empacadas en bolsas colocadas en
pequeños ataúdes de madera. Otros cuerpos, intactos, fueron empacados en
cofres de zinc.
“Un chino lavaba los huesos mientras fumaba con toda tranquilidad”
Finalmente, era hora de regresar
a su tierra. Pero un obstáculo se interpuso en el camino: las rocas de
la costa de Taranaki abrieron un boquete en el casco del barco y el agua
hizo el resto. Se hundió con toda su carga, más el capitán y 12
miembros de la tripulación. Los demás se salvaron usando los salvavidas
disponibles.
Algunos cadáveres salieron
flotando de las bodegas del barco y quedaron a la deriva hasta llegar a
la costa. Los maoríes que los encontraron les dieron sepultura.
AP
John Albert bucea cerca del S.S. Ventnor. La comunidad considera que “violó un lugar sagrado”
Lo que permanece sin develar es
la lista de nombres que el investigador, John Albert, podría rescatar
del fondo de la bahía. El único que se conoce es el del propio Sew Hoy.
Pero por el momento solamente se han extraído algunos objetos, lo que ya
ha exaltado los ánimos en la numerosa comunidad china de Nueva Zelanda,
que considera que se ha violado un lugar sagrado: “Es una tumba. Es un
lugar espiritual. Desde un punto de vista moral, debería habernos
contactado”, se lamentó Peter Sew Hoy.
El nieto del impulsor del
proyecto lidera ahora una polémica sobre qué se debe hacer con los
restos: parte de la comunidad pretende dejar los cuerpos de sus
ancestros en el lugar actual. El resto, quiere que sus almas cumplan el
deseo de regresar al lugar donde se inició su viaje.