21/1/2009/Publicado en El Nuevo Diario
Por Mayobanex De Jesús Laurens
Estaba en San Rafael, para entonces una sección del municipio de Paraíso que se destaca por tener uno de los balnearios más hermosos de toda la Región Enriquillo.
Llegué en mi vehículo un sábado en la mañana de hace unos 10 años. Nos subimos hasta La Virgen, área en donde se encuentra todavía una gran toma de agua del río que honra el nombre del lugar de referencia, arropada por grandes y robustos arboles milenarios en cuya vegetación se acaricia el viento que deja el agradable clima del lugar.
Esparcidos detrás de las rocas y sobre el terreno seco, se encuentran los venduteros que ofrecen sus comidas y frutas al público visitante. Un sabroso pescado guisado con coco unido a un morito que invita a degustar después del baño en el río fue mi plato preferido.
Mientras los niños se bañaban fui al auto a escuchar un poco de música. El vehículo se encontraba estacionado en una pendiente, tal como se acostumbra a dejarlos en el sitio de parqueo. Al abrir la puerta del móvil, sin quererlo lo puse en neutra y comenzó el descenso vertiginoso de reversa. Sin saber lo que hacía me agarré del guía con las piernas fuera del auto, que a gran velocidad dio un viraje en forma de una “U” atravesando la carretera y metiéndose de frente en los arbustos.
El automóvil no sufrió ni un rasguño. Al rodar y atravesar la carretera tuve la suerte de que en ese momento no apareciera ni un sólo vehículo, dado que en la misma hay un nutrido tránsito de autos los fines de semanas. Al otro lado de la vía hay un gran abismo de varios pies de profundidad, cubierto de grandes rocas y muchos árboles.
Si el vehículo no hubiera doblado en U y hubiese seguido en línea recta, probablemente terminaría en el abismo, partiéndose el mismo en varios pedazos y explotando con el impacto. Hoy no estuviera contando esta historia.
Los lugareños y visitantes que allí estaban salieron despavoridos a ver si me había sucedido algo y todos aclamaban “que gran chofer es ese muchacho”. Realmente yo nunca supe lo que hice, tampoco me imagino cómo el carro dobló en U y fue a parar a los arbustos sin que se hiciera un rasguño y yo no saliera lesionado.
Volví a entrar al auto y puse la mano al crucifijo que tendía sobre el vidrio retrovisor interior del auto. Lo llevé a mi boca, lo besé y le di las gracias y las bendiciones.
Es un crucifijo de la Virgen de la Altagracia que mi devota madre una vez me dio y me dijo: “hijo mío, ponlo en tu vehículo, que con él nada te pasará mientras lo tengas.
En este sagrado día me inclino como fiel creyente a nuestra madre espiritual, que une en la fe a todos los dominicanos. Ese suceso jamás lo olvidaré.
Autor: Mayobanex De Jesús Laurens