Por Andrés Dauhajre hijo/Tomado de El Caribe
Muchos
piensan que la peor amenaza terrorista que enfrenta la sociedad
civilizada de hoy es el extremismo yihadista del Estado Islámico. Otros
temen que éste podría ser desplazado en poco tiempo por el que se incuba
en los laboratorios racistas de la supremacía blanca. Están
equivocados, totalmente equivocados. Ninguno de los anteriores le da por
los tobillos al creciente y amenazante terrorismo chino.
Desde
hace años, China ha venido ejecutando una estrategia muy peligrosa para
adueñarse del mundo. Sólo hay que analizar la nacionalidad de los que
están comprando las propiedades inmobiliarias más caras en los Estados
Unidos. Y quiénes son los principales prestamistas del gobierno
norteamericano.
Su
objetivo es dominar la economía mundial. La primera etapa de la
estrategia fue el uso de su exceso de mano de mano obra para convertir a
China en el centro mundial de manufacturas. La segunda etapa ha ido la
copia de las tecnologías norteamericana y europea. Los frutos de la
tercera, que comenzó a ejecutarse casi simultáneamente con la segunda,
comenzarán a cosecharse en el futuro cercano. ¿Cuál es la tercera? La
formación de decenas de millones de chinos en las áreas del conocimiento
de donde emana el cambio tecnológico y la innovación.
Las
familias chinas, con o sin el apoyo de su gobierno, han logrado
impregnarles a sus hijos, desde chiquiticos, una asombrosa vocación por
el estudio, específicamente, el conocimiento de las matemáticas. Desde
muy pequeños, a sabiendas que los espacios en las mejores universidades
chinas son limitados, son arduamente entrenados para convertirlos en los
mejores. Saben que el ingreso a las mejores universidades chinas
aumenta considerablemente las probabilidades de éxito en la vida. Su
disciplina emula la de los legendarios samuráis japoneses, sólo que las
espadas han sido sustituidas por libros y laptops.
Han
logrado conformar una perfecta división del trabajo en la empresa
educativa familiar. Los padres, en especial las madres chinas, a quienes
los occidentales denominan “tiger moms” por criar a sus hijos bajo
reglas estrictas, disciplina férrea y amor duro, llevan la voz cantante
en la dirección y supervisión de la educación sus hijos. La jornada, que
comienza muy temprano en la mañana, termina generalmente a las 9 ó 10
de la noche, cuando los abuelos, integrados también en el proceso,
regresan a sus nietos a la casa luego de haber concluido las 4 horas
diarias en salas de tarea. ¿Televisión? Si las notas son sobresalientes,
media hora antes de dormir y una los sábados.
Está
prohibido perder el tiempo en un país donde sólo los mejores lograrán
entrar a los espacios limitados de las universidades. ¿A estudiar artes
liberales, sicología, ciencias políticas, historia, actuación, artes
visuales o estudios multidisciplinarios?
No.
El 40% de los estudiantes universitarios chinos están matriculados en
las carreras de ingeniería, tecnología y ciencias puras: matemáticas,
física y química.
¿Porqué?
Porque han comprendido que es allí donde se concibe el cambio
tecnológico que conducirá al creciente progreso humano. No es que
aspiren a ser canonizados como santos o decretados como patriotas. Saben
que los cambios tecnológicos y descubrimientos que realicen, terminarán
siendo patentizados, dando lugar a un flujo considerable de ingresos
para ellos y su descendencia.
El
problema que enfrentamos se ha complicado más. No sólo los chinos están
obsesionados con la educación en ingeniería, tecnología y ciencias. En
Corea del Sur, el país del mundo de mayor proporción poblacional con
grado universitario -65 de cada 100 personas de 24-34 años tiene un
grado universitario-, uno de cada cuatro de sus estudiantes
universitarios están matriculados en las escuelas de ingeniería.
Cuarenta y cinco de cada 100 de los estudiantes universitarios
singapurenses están matriculados en ciencias de la ingeniería,
información tecnológica y ciencias puras. Los indios, que son
muchísimos, están en lo mismo: 34 de cada 100 de sus estudiantes
universitarios están matriculados en ingeniería, tecnología y ciencias.
Lo
más preocupante es que una gran parte de los que no logran ingresar a
las mejores universidades chinas, muchas veces apoyados en becas
concedidas por el Gobierno chino, solicitan admisión a las mejores
universidades de Estados Unidos y Europa. A los departamentos de
admisión de las Ivy League y las mejores universidades norteamericanas,
les resulta cada vez más difícil seleccionar entre la multitud de
estudiantes chinos, tanto a nivel de “undergraduate” como de “graduate”,
que solicitan admisión con “scores” perfectos en el nuevo SAT (1600),
el ACT (36) o el GRE (170). Y es que la presión de las “tiger moms” para
que sus hijos obtengan la máxima puntuación en esos test de aptitud, es
enorme. Los vienen preparando desde pequeños para “romper” esas
pruebas. No es por casualidad que en los tests de matemáticas de PISA
del 2013, Shangai (China), Singapur, Hong Kong (China), Taiwán, Corea
del Sur y Macao (China), ocuparon, en ese orden, las seis posiciones
cimeras.
La
verdad es que los chinos, indios y coreanos nos la están poniendo en
China. El estrés que los chinos y los demás asiáticos están generando a
los dominicanos y al resto de los latinoamericanos es inaceptable. ¿Cómo
puede pretenderse que el 40% de los estudiantes matriculados en
nuestras universidades lo estén en las escuelas de ingeniería,
tecnología y ciencia? ¿Se imaginan? ¿En un país en el cual desde
chiquitos hemos venimos escuchando que las matemáticas son el “cuco”?
Actualmente
cerca del 13.7% los estudiantes universitarios dominicanos están
matriculados en las escuelas de ingeniería, tecnología y ciencias puras,
por debajo del 17.3% que alcanzamos en el 2009.
En
la región sólo Chile (31.5%), México (27.7%), Colombia (22.0%) y Perú
(20.7%), países que parecen mirar más hacia el Pacífico, exhiben una
población universitaria cada vez más orientada a las carreras que dan
origen al cambio tecnológico y la innovación.
El
resto, conformado por El Salvador (17.7%), Guatemala (13.2%), Argentina
(11.3%), Uruguay (11.1%), Costa Rica (9.9%), y Nicaragua (8.5%), se
parece más a nosotros. Nos atrae más la administración, la contabilidad,
el mercadeo, la sicología, el derecho, la comunicación social, la
educación y la medicina. Nos encanta todo lo que no huela a matemáticas.
Los
asiáticos nos están complicando la vida, esa es la pura verdad. Eso,
definitivamente, hay que enfrentarlo. Debemos buscar un aliado poderoso
que nos ayude a detenerlos. El mejor candidato, aunque los argentinos y
uruguayos se rasguen las vestiduras, es Estados Unidos.
Los
jóvenes norteamericanos, al igual que la mayoría de los
latinoamericanos, no están en eso de echar el pleito con las
matemáticas, la tecnología y las ciencias.
Un
18.9% estudia negocios, administración y mercadeo; 13.4% salud; 6.1%
educación; 5.5% artes visuales y actuación; 5.3% sicología; y 4.5%
servicios de protección y seguridad. ¿Ingenierías, tecnología y
ciencias? Apenas el 11%.
Es cierto que a nivel de estudios graduados, el 42% está enrolado en los programas de maestría y doctorados de ingeniería, ciencias puras y ciencias de la computación. Pero una buena parte de esos son asiáticos o de descendencia asiática que estudian en las universidades norteamericanas.
De
los 1,194,780 estudiantes extranjeros que estaban matriculados en
Noviembre del 2015 en las universidades norteamericanas, 622,741
provenían de China, India y Corea del Sur. De los chinos-indios-coreanos
estudiando en los EUA, los enrolados en STEM (Science, Technology,
Engineering and Mathematics) ascendían a 301,437, para un 49% del total.
El 84% de los indios en las universidades norteamericanas están
enrolados en STEM. Si sacamos al “PLD” de Silicon Valley, es decir, a
los chinos amarillos y los indios morados, la capacidad innovadora
“norteamericana” colapsaría.
Como
vemos, Estados Unidos es el aliado ideal para detener a los chinos y
sus primos. El Donald es nuestro hombre. Un triunfo de Trump sería
fundamental para lanzar el ataque contra el terrorismo chino. Más aún si
se tiene en cuenta que en reiteradas ocasiones el candidato republicano
ha dicho, que “China is killing the U.S. on trade” y que “we can’t
continue to allow China to rape our country”. ¿Millones de “tiger moms”
chinas violando a cientos de miles de “white supremacists”
norteamericanos?
Hay
que prohibir que los asiáticos vayan a estudiar a los programas de STEM
en Estados Unidos. Incluso, Estados Unidos debería amenazar a China con
no honrar el pago de los bonos estadounidenses en manos del Tesoro
chino, si ese país no establece controles estrictos para limitar el
número de chinos que ingresan a estudiar ingeniería, ciencias puras y
ciencia de la computación en las universidades chinas.
Los
norteamericanos y una gran parte de los latinoamericanos tenemos
derecho a seguir viviendo sin el estrés que provoca entrenar a nuestros
hijos y nietos, desde pequeños, en el complicado mundo de las
matemáticas, la física y la química para que se orienten luego hacia las
carreras de ingeniería, ciencias puras y ciencias de la computación.
Queremos seguir estudiando sicología, mercadeo, ciencias políticas,
derecho, comunicación social, educación, y ¿por qué no?, actuación, una
profesión con muchísimo futuro en un país que fomenta la cinematografía
con los mayores incentivos tributarios del Planeta.
Los
aliados debemos, finalmente, combatir las células terroristas que los
chinos han logrado infiltrar en nuestras geografías, incluso en la misma
capital norteamericana, como la que encabeza el terrorista Thomas
Massie, miembro de la Cámara de Representantes de los Estados Unidos,
graduado del MIT en ingeniería eléctrica (B.S.) e ingeniería mecánica
(M.S.), un desfachatado que al preguntársele si nuestros hijos y nietos
vivirán mejor que nosotros, de manera descarada responde: “Sí, pero esto
no se va a deber a los políticos, sino a los ingenieros”. ¡Tráncalo
Trump!
Al
ritmo que van las cosas, en 100 años seremos países con lindas playas,
con muchas historias y anécdotas que contar. Pero no será en estas
geografías donde se estará creando la riqueza a la que se refería Adam
Smith hace 240 años. ¿En Cuba? No lo descarten.