El
presidente obtuvo la suma del poder público luego de la destitución de
28 diputados opositores e irá por su su tercera reelección con su esposa
de candidata a vice
Por Darío Mizrahi 7 de agosto de 2016
Por Darío Mizrahi 7 de agosto de 2016
Daniel
Ortega fue uno de los líderes de la Revolución Sandinista que terminó
con la brutal dictadura de Anastasio Somoza (1967-1979) y permitió la
instauración de la democracia en Nicaragua. Fue presidente entre 1985 y
1990, año en el que dejó el poder tras perder las elecciones frente a
Violeta Barrios de Chamorro.
Tras
pasar 17 años en la oposición, volvió al gobierno con el Frente
Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) en 2007. En esta nueva etapa se
integró a la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América
(ALBA) y forjó una alianza de hierro con la Venezuela de Hugo Chávez y
Nicolás Maduro. En paralelo, se dedicó a socavar los fundamentos de la
democracia que él mismo había contribuido a establecer.
Su
mayor hito fue la reforma Constitucional de 2014, que en los hechos
creó un régimen democrático autoritario: habilitó la reelección
presidencial indefinida y eliminó la segunda vuelta electoral, lo que le
permite a un partido ganar con una exigua minoría, siempre que sea el
más votado.
Nicaragua
dio la semana pasada un nuevo paso en este proceso de
desdemocratización. El Consejo Supremo Electoral (CSE) resolvió la
destitución de 28 diputados opositores (16 titulares y 12 suplentes),
pertenecientes al Partido Liberal Independiente (PLI). El argumento es
un fallo de la Corte Suprema de Justicia (CSJ) que le quitó la
representación legal de la fuerza a Eduardo Montealegre, principal líder
de la oposición, y se lo entregó a una facción rival. El nuevo jefe,
Pedro Reyes, está acusado de ser un aliado encubierto del orteguismo.
Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, que será su compañera de fórmula para ir por la reelección.
Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo, que será su compañera de fórmula para ir por la reelección.
Todos
los analistas independientes coinciden en que la decisión del CSE
carece de legitimidad, y que se explica por su absoluta falta de
independencia del gobierno. Está más cerca de ser un apéndice que un
verdadero organismo de supervisión. El origen de esta anomalía hay que
buscarlo antes del retorno de Ortega al poder.
"El
problema en Nicaragua es que desde el año 2000, por un pacto entre
Ortega y el entonces presidente de la república, Arnoldo Alemán, de
adscripción liberal, todas las instituciones de control del Estado (como
el CSE) quedaron conformadas por cuotas partidarias (40% del FSLN y 60%
liberales). Posteriormente, a raíz de una escisión de la formación
liberal, el FSLN se hizo con la mayoría en todas ellas. Desde 2007, con
la llegada de Ortega a la Presidencia, las cooptó. Hoy no hay control de
poderes", contó Salvador Martí i Puig, investigador del Instituto de
Iberoamérica de la Universidad de Salamanca, consultado por Infobae.
Ese
acuerdo alteró profundamente las reglas del juego democrático. Entre
otras cosas, redujo de 45 a 35% el umbral para ser electo presidente en
primera vuelta. Sin esa modificación habría sido impensable el triunfo
de Ortega en 2006, que se consumó con apenas 38% de los votos.
"Alemán
calculó mal las consecuencias del pacto en el bloque antisandinista,
que a causa del mismo se dividió, lo que posibilitó el triunfo de Ortega
en 2006 con menor porcentaje de votos de los que obtuvo en las
elecciones de 1990, 1996 y 2001, en las que había sido derrotado",
explicó Edmundo Jarquin, ex candidato a vicepresidente por la Alianza
PLI, en diálogo con Infobae.
Conferencia de prensa de los diputados destituidos (EFE) Conferencia de prensa de los diputados destituidos (EFE)
Hacia un sistema de partido único
En
este contexto tan oscuro el país se prepara para las elecciones
presidenciales del 6 de noviembre. Las últimas decisiones del gobierno
se explican en gran medida por su voluntad de asegurarse una victoria.
"Ortega
se proponía nombrar a su esposa como candidata a la Vicepresidencia
—dijo Jarquin—. Rosario Murillo tiene mucho poder, pero en la misma
medida rechazo, aún dentro del sandinismo, por su estilo brutal. Ortega,
conocedor de esas resistencias, no quería tener ningún desafío
electoral. Sencillamente está implantando un sistema de partido único,
pero al estilo de las variantes europeas del ex bloque soviético, donde
además del partido comunista dominante había una serie de micro partidos
subordinados".
La
jugada ya empezó a rendirle frutos al FSLN, porque el PLI anunció que
no participará de los comicios. "Estas elecciones van a ser una farsa",
aseguró Montealegre al comunicar la decisión. Así, todo está listo para
una nueva reelección de Ortega.
"Es
una autocracia familiar que es capaz de conseguir ser votada siempre de
nuevo, logrando dividir y destruir a los partidos de oposición con
artimañas legalistas y maniobras de cooptación y persecución", dijo a
Infobae Günther Maihold, especialista en las transiciones democráticas
de América Latina y el Caribe del Instituto Alemán de Asuntos
Internacionales y de Seguridad.
Una
de las claves del éxito del presidente para tener un control casi total
de lo que ocurre en el país es el sistema de patronazgo que creó para
comprar a los principales partidos y dirigentes del interior del país.
"Esencial
para ello han sido los recursos recibidos de Venezuela —continuó—, que
se aplicaron por fuera del presupuesto público en un manejo de
favoritismo a municipios, alcaldías y organizaciones fieles a la pareja
presidencial, mientras los demás no lograron apoyos para sus proyectos.
En este sentido ha logrado construir una red de clientelismo que le
asegura la reelección".
Nicolás Maduro, un aliado incondicional de Ortega (AFP) Nicolás Maduro, un aliado incondicional de Ortega (AFP)
La comparación con Venezuela
La
Nicaragua sandinista y la República Bolivariana no sólo han sido
aliados incondicionales. También comparten la paulatina degradación de
la democracia por la concentración de poder en el presidente.
Sin
embargo, en Venezuela ese proceso estuvo acompañado de una resistencia
creciente por parte de la oposición y de la sociedad civil, que hoy se
manifiesta masivamente contra Maduro. Esto no le está ocurriendo al
régimen del FSLN.
"La
oposición en Nicaragua no ha tenido la beligerancia de la de Venezuela
por tres razones: la división, la ausencia de una crisis económica, y el
entendimiento de Ortega con los poderes fácticos, el gran capital,
parte de la Iglesia y los Estados Unidos, que han mirado hacia otro
lado", aseguró Jarquin.
Martí
i Puig sostuvo que las diferencias entre ambos países son demasiado
grandes para pensar que podrían darse procesos similares. "La situación
actual del régimen de Venezuela no es comparable a la realidad política
de Nicaragua hoy —dijo—, dónde los Ortega controlan muchos resortes
económicos y políticos, tienen aliados entre las élites y las bases, y
dónde las clases medias opositoras son minoría. Los dos países difieren
totalmente respecto a su economía, su sociedad y su tradición política,
no son comparables".
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No
obstante, hay condiciones para pensar que las cosas se le pueden
empezar a dificultar a Ortega, que hasta hora viene haciendo lo que
quiere casi sin consecuencias a nivel nacional e internacional.
"Eso
está cambiando por varios motivos: la embestida antidemocrática de
Ortega, cerrando todo espacio a la oposición, ha colocado a Nicaragua en
el radar internacional. La disminución abrupta de la cooperación
venezolana, que le ha permitido tejer una red de intereses empresariales
y programas sociales populistas. Y la progresiva generación de un clima
de negocios adverso, con lo cual, el sector privado ha empezado a
resentirse", concluyó Jarquin.
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