Por Gerson Terrero Amador
Estoy en creer que cuando Gabriel García Márquez, en su novela Cien Años de Soledad, expresó que había "un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos", tal vez se estaba refiriendo a esa enorme serpiente de aguas que en medio de la Sierra de Bahoruco se arrastra sobre rocas gigantescas y limpias, formando más de una decena de pozas hermosísimas, allá entre las lomas de Guindalero y Las Auyamas.
En días pasados anduve por aquellos lugares en compañía de mi hermano Leonardo Terrero Betances. A pesar de que nos criamos por allí, él y yo no podíamos escapar al asombro que nos causaba tanta belleza. El fluído, que rueda hasta formar un horcajo con las aguas que se deslizan desde la zona de Si Vuelvo y que también es un afluente del Río de Bahoruco, cada día está más imponente, más radiante, más bonito. 
El milagro de las aguas corriendo todo el día ha hecho nacer, con el correr de los milenios, las voluminosas piedras que se escondían bajo los secretos del suelo. Los árboles de arriba parecen en el día de hoy hacerse más saludables y felices tras observar el espectáculo de las aguas cristalinas que cruzan refrescando un lecho intramontano que es único en el mundo.
En el camino hacia arriba uno se encuentra con un mundo de especies animales y vegetales: culebras, bromelias, ciempieces, aguacates, lagartos, jobos, aves, mangos, avejas... Los árboles se combinan con los troncos secos y las piedras para atajar las aguas y formar las tomas y los abrevaderos. 
El asombro comienza cerca de la escuelita de Los Naranjos y se extiende hasta los huesos de la Sierra. Al visitar este sendero líquido en donde se encuentra, además, el monumento natural La Plaza, me pareció que estaba viviendo un sueño. Y me atrevería a compartir muy feliz este sueño con todos los amigos y las amigas que lo deseen.