Por Melton Pineda
En el liceo Federico Henríquez y Carvajal de la ciudad de Barahona, nos inscribimos en l966, a nuestra llegada desde el municipio de Tamayo.
Nuestra familia decidió mudarse de Tamayo debido a que entrábamos a estudiar en el nivel secundario junto a Olmedo, Cristina Altagracia, (Dalina), y Digna Altagracia (Martha) y Bernabé Alexis Pineda Féliz.
Frank, nuestro hermano mayor, ya vivía en Barahona y trabajaba como perito agrónomo en el Banco Agrícola. Nelson y Hernán Pineda habían abandonado los estudios secundarios.
En el liceo Federico Henríquez y Carvajal, donde estudiábamos en Barahona, me desempeñaba como secretario general y líder de la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UER), orientado por la Línea Roja del l4 de Junio.
En este plantel, a escasos metros del cuartel general de la Policía Nacional, los estudiantes éramos asediados y provocados por los agentes uniformados que pasaban por el lugar.
Eran tales las provocaciones de los uniformados, que cuando había movilizaciones dentro del plantel, dos ametralladoras calibre 30, ligeras, que tenían emplazadas en la azotea del cuartel, las desarropaban y apuntaban hacia el liceo, hasta que terminaran las movilizaciones.
Pero, además, esos agentes, especialmente los del Servicio Secreto, vestidos de civil, se apostaban desde las 7:00 a.m. en el Arco del Triunfo, para vigilar la entrada de los dirigentes del movimiento estudiantil.
General del Ejército Elio Osiris Perdomo, jefe de la Policía Nacional 1970.
En una ocasión, un agente del Servicio Secreto llamado Domingo Minier, recién llegado a Barahona, estuvo toda la mañana merodeando por el lugar, y esperó el turno de recreo del liceo.
Cuando salieron los muchachos y muchachas, que solían agruparse en las proximidades de la acera, el agente empezó a lanzarles improperios:
“Vagabundas, cueros, váyanse para sus clases y no estén cogiendo machos aquí afuera”.
Otras estudiantes deseaban irse a sus respectivos pueblos, tales como Cachón, Cabral, Palo Alto, Jaquimeyes, Las Salinas y Polo, entre otros lugares.
Fue lo que nos contaron las estudiantes que acudieron al aula del Cuarto Teórico del liceo, donde recibíamos clases.
Las jóvenes, algunas de ellas llorando, nos señalaron al agente que las ofendió.
El agente provocador se acercó al liceo a un lugar de venta de comestibles, haciéndoles señas obscenas con las manos a las estudiantes que nos hicieron la denuncia.
Indignado, salí del plantel. Acudí donde el agente que se pavoneaba e invitamos a las estudiantes que entraran al local que hablaríamos con el agente para hacerlo desistir de su actitud.
El agente, al ver que íbamos hacia él se colocó en actitud de vigilancia, agarrándose un arma que portaba en la cintura.
Le dije: -usted es agente de la PN, y está provocando un problema innecesario. Váyase, márchese de aquí, que nosotros estamos en clase, y esas jóvenes no le están haciendo nada.
“-Ya me informaron que usted las insultó, les dijo vagabundas, cueros, bandidas, ustedes están buscando machos y eso es una provocación”, le dije al agente.
“Eso no es posible, váyase a su cuartel y no provoque problemas. Usted parece que es nuevo aquí”, le dije, y este nos contestó: “- ¿y quién es usted?”, y se nos acercó en actitud de agredirnos. De inmediato, para evitar ser asesinado por el agente encubierto, logré brincarle y éste, intentando sacar el arma, un revólver calibre 38 que portaba, en el forcejeo logré desarmarlo y lanzar el arma hacia unos matorrales, detrás del local del Obispado Católico.
Al verse desarmado, ya agresivo, trataba de golpearme y le entramos a trompadas y patadas. En esa lucha, el agente falseó en el contén y cayó al suelo, donde bailé pri pri encima de él.
Recuerdo, que un grupo de estudiantes, que me vieron con el arma del agente en las manos nos voceaban: “Melton, mátalo, mátalo. Ahí fue cuando decidí lanzar el arma hacia el matorral. No era mi intención matar a un agente de la Policía Nacional y mucho menos frente al liceo donde estudiábamos y éramos el máximo líder estudiantil.
Vicente Galarza y Rafael Adames, estudiantes junto a nosotros, al ver el pleito, salieron del liceo y me ayudaron en la trifulca.
En ese momento llegó al lugar de los hechos, montado en un motor, el comandante del Cuartel de Villa Estela, el Sargento Núñez, quien nos apresó y entre forcejeo, logré zafarme y corrí hacia el plantel escolar, bajo los vítores de la multitud estudiantil.
Esto provocó una movilización estudiantil y una pedrea, y entre piedras y consignas, un contingente de agentes de la uniformada llegó al lugar lanzando tiros y bombas.
Instruimos a los estudiantes que siguieran con la movilización, mientras nosotros, junto a otros dirigentes estudiantiles, escapábamos por el lado trasero de la cancha.
A sabiendas de la gravedad de los hechos, inmediatamente el comandante policial, el coronel Paulino Reyes de León y otros oficiales, rodearon el plantel escolar.
Una comisión encabezada por el director, el profesor Publio Peláez, negoció la salida ordenada de los estudiantes sin ser apresados, a sabiendas la dirección de que ya los principales dirigentes estudiantiles habíamos escapado.
Decenas de agentes de la Policía rodearon la residencia de mis padres en el sector Savica, de Barahona, entre las calles, Anacaona, Uruguay, Francisco Vásquez y Esteban Cuello, con la creencia de que estábamos en el lugar.
Me refugié en la casa próxima de la señora Grecia Vásquez, en la calle Esteban Cuello, y allí presenciaba todo el operativo policial.
Luego me informaron que el profesor Virgilio Peláez tomó el resolver calibre 38 del agente, y lo entregó en el Cuartel General de la PN.
Varios meses después del incidente, fui apresado y en el voluminoso expediente que nos fabricó la PN estaba el supuesto “robo” del revólver 38 del agente Domingo Minier.
En la causa, el profesor Virgilio Peláez nos sirvió como testigo y testimonió en plena audiencia, el destino que dio al revólver y que era falsa la acusación.
Este hecho ocasionó la persecución nuestra en toda la ciudad, y clandestinamente logramos abandonar la ciudad y presentarnos al periódico Listín Diario, al cual servía como corresponsal en Barahona.
Dado que no cesaba la persecución en contra nuestra, acudimos al Sindicato de Periodistas Profesionales, (SNPP), bajo la secretaría general de Emilio Herasme Peña.
El doctor Herasme Peña, junto a una comisión de periodistas del SNPP. nos llevó donde el Jefe de la Policía Nacional, mayor general Elio Osiris Perdomo, quien nos dio una “garantía” de que no nos ocurriría nada en Barahona.
Luego de esa visita al jefe de la PN, visitamos al presidente interino doctor Bergés Chuppani, quien también nos “garantizó” la vida en Barahona.
Llegamos a Barahona y a los seis meses fuimos apresados por la PN.