Por Eddy Mateo Vàsquez
Nunca tuvo un Lazarillo de Tormes, ni asistiô jamas a una escuela especial. Pero mucho menos le tocô adentrarse en el mundo enmarañado del Braille.
Subia y bajaba, bajaba y subía; iba y venia, bastandose por si.
Nadie, jamàs, en la soledad de su admirable adaptacion al mundo pueblerino, hubo de decirle que eran cristalinas las aguas de Las Marias, esbeltos los arboles de la sierra, ni si eran negras o color bronce las campanas de la parroquia, a las que él solo se limitaba a imaginarlas y a escuchar su tañer, tantas veces de clamor.
Su intuiciôn sobre las cosas tangibles e intangibles de este mundo, le ayudaron a definir que eran luengas las encanecidas barbas del padre Justo, plateado y breve el cuchillo de San Bartolomé y un bello espectáculo el vuelo de las mariposas.
Pese a todo, sus andanzas sobre la faz luminosa y ardiente de las calles del pueblo fueron provechosas, aunque oscuras y fatigosas aquellas cotidianas faenas
soportadas sobre la honradez, que le ayudaron a desafiar las tempestades que fueron su pobreza y sus limitaciones.
Su estoicismo en la perpetuidad de la sombra, merece nuestro aplauso.
Popín el ciego, perseverancia de la sobrevivencia. Recordêmoslo como un ìcono que nos estimule continuar.