Es realmente fascinante, casi digno de un guion de ciencia ficción, imaginar cómo un país puede aspirar a la prosperidad sin ningún tipo de estrategia para el crecimiento de sus sectores productivos.
En este escenario casi surrealista, la competitividad parece un lujo innecesario, una idea anticuada para los gobernantes que, evidentemente, han descubierto el secreto del desarrollo espontáneo: Hacer que la economía florezca a golpe de improvisación.
¿Qué mejor manera de recaudar fondos que eliminando leyes que promueven el desarrollo, la innovación y la modernización? Claro, esas leyes, lejos de ser herramientas claves para el avance económico, deben ser vistas como un estorbo, ¿no es así? No importa que esas normativas no sean eternas o que hayan sido diseñadas para fomentar la generación de utilidades y la reinversión en sectores estratégicos; no, claro que no. Lo más lógico es utilizarlas de manera arbitraria, como si existiera un derecho natural e inamovible para su perpetua existencia. ¿Para qué buscar soluciones estructurales cuando se puede vivir de parches temporales?
Y qué decir del sector industrial dominicano, que ha sido prácticamente ignorado, mientras se coloca en un pedestal al capital extranjero de los hoteles y las zonas francas. Porque, por supuesto, el capital nacional parece ser menos importante, menos brillante y merecedor de incentivos. ¡Qué ironía! En un país que, en teoría, debería priorizar su propio desarrollo interno, resulta que los dólares externos son más seductores que las oportunidades de crecimiento de sus propias industrias. El sector industrial dominicano parece ser el hijo no reconocido, siempre a la sombra, observando cómo otros sectores reciben los beneficios que nunca llegan a su mesa.
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Ahora, lo que realmente desafía la lógica es la pregunta: ¿Qué país ha progresado con esta estrategia? ¿Será que hay algún fundamento detrás de este modelo de pensamiento? Porque la historia nos ha enseñado que los países que apuestan por el desarrollo sostenible, la innovación y la modernización han logrado avances significativos. Sin embargo, parece que hemos descubierto una nueva fórmula mágica: el progreso sin estrategia, la innovación sin incentivos y el desarrollo sin competitividad. Un verdadero enigma para los libros de historia económica.
Pero bueno, si alguien encuentra un ejemplo de éxito bajo este paradigma, que por favor lo comparta, pues el resto del mundo parece estar completamente equivocado al pensar que la estrategia y la competitividad son clave para la prosperidad.
La autora es Presidente Ejecutiva del GRUPO SID