La crisis que vive Haití, agravada por la escalada de bandas armadas que han incursionado en territorios antes seguros, conjuntamente con la suspensión de asistencia de organizaciones internacionales de ayuda, plantea una preocupación legítima para la República Dominicana.
La situación empeora ante el fracaso de las tropas kenianas para imponer el orden y el retraso del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas en enviar una fuerza de paz. Esta demora, agravada por la negativa de miembros prominentes como China y Rusia, obstaculiza una solución efectiva para controlar la violencia y ofrecer un camino hacia la estabilidad.
Ello no solo representa una tragedia humanitaria, sino también un riesgo potencial para nuestra seguridad nacional, ante la posibilidad de un éxodo masivo y desordenado hacia nuestro territorio.
Esta situación requiere una acción estratégica por parte de nuestras instituciones, especialmente las encargadas de la defensa, la inteligencia y el orden interno.
La historia nos ofrece lecciones invaluables sobre la preparación necesaria para enfrentar las crisis y consolidar nuestra identidad nacional. Hoy, nuestro país no puede permitirse el lujo de estar desprevenido ante posibles escenarios críticos.
Esto implica no solo tener tropas entrenadas y logística eficiente, sino también contar con una estrategia de seguridad nacional actualizada y ejecutable que permita una respuesta inmediata y eficaz. Para ello, confío en el mando de las Fuerzas Armadas.
Fortalecer la gestión migratoria no es una opción, sino una obligación para defender la soberanía nacional y la integridad territorial.
Rindamos homenaje a Juan Pablo Duarte, quien nos legó el ideal de una nación libre, soberana e independiente, ajena a cualquier dominación extranjera o intentos de control compartido en la isla. Demostremos que, en este eterno desafío, los principios sobre los que se fundó nuestra patria siguen inalterables.
Proteger esos principios debe ser el eje rector de las acciones gubernamentales y sociales, reafirmando nuestro compromiso con el legado del padre de la patria.
Deberíamos abordar esta realidad con sensatez y equilibrio. El tema haitiano no debería convertirse en un pretexto para agendas políticas ni en un vehículo para fomentar el odio.
Solo así lograremos unificar esfuerzos en torno al objetivo común de preservar la paz y la seguridad en nuestro territorio.
Debemos reconocer que quienes buscan cruzar nuestras fronteras no son enemigos, sino personas que huyen de condiciones extremas de violencia y hambre, sin que ello justifique entradas sin controles migratorios.
Cualquier medida adoptada, priorizando la defensa de nuestra soberanía, debe contar con reglas de enfrentamiento que incluyan el respeto a los derechos humanos.
Esto no implica debilidad ni concesiones, sino actuar con la firmeza que exige la protección de nuestra patria y la generosidad que demanda la situación de nuestros vecinos. El norte de nuestras políticas de seguridad debe ser la prevención, evitando una reacción tardía.
El país tiene ante sí un desafío que trasciende lo militar. Se trata de un problema que requiere la participación activa de todos los sectores, desde el gobierno hasta la sociedad civil.
Debemos mostrar al mundo la fortaleza de nuestros valores democráticos y humanitarios, con una estrategia basada en el respeto, la firmeza y la cooperación. Esta crisis debe ser un catalizador de unidad nacional con racionalidad. Solo remando en el mismo sentido podemos garantizar que la República Dominicana siga siendo una nación fuerte, libre y soberana.
Dejemos claro que, como país, debemos estar en guardia, preparados para enfrentar cualquier desafío, no desde el odio, sino desde la determinación y el compromiso con la paz y la justicia, preservando, en caso de incursiones de bandas armadas, con el sable de Luperón, los símbolos nacionales.