jueves, 23 de octubre de 2025

OMAR SANTANA: El país de los tres nombres

Tomado de Diario Libre
El que aterriza en Santo Domingo llega al Aeropuerto José Francisco Peña Gómez. Si se queda en Santo Domingo Este, dormirá en la Ciudad Juan Bosch. Si cruza al Distrito, pasará por el Puente Juan Bosch. Si se apura para llegar rápido al Cibao, despegará en un avión desde el Aeropuerto Joaquín Balaguer y, ya en tierra, rodará por la autopista Joaquín Balaguer.

Pareciera una República que gira entre tres nombres.

Si nos ponemos exquisitos e intentamos hacer la lista completa: municipios, parques, avenidas, estaciones del Metro, escuelas, plazas, nos faltará espacio. Según el PLD, el PRM, PRD, FP y el PRSC, la memoria oficial del país cabe en tres apellidos y no deja espacio para nadie más. En la Ciudad Juan Bosch, hasta las calles llevan el nombre de sus cuentos.

Y por si faltaba confirmarlo, los diputados, con su acostumbrado sentido de urgencia, decidieron bautizar la Circunvalación de Santo Domingo como Profesor Juan Bosch y la Avenida Ecológica como Doctor José Francisco Peña Gómez. Una democracia que legisla con devoción religiosa y repite la santísima trinidad: Bosch, Peña, Balaguer. Amén.

¿De verdad no hay más nadie? ¿Nadie que merezca un letrero en una esquina o una placa en una pared? Parece que no. De Cristóbal Colón a la actualidad. Los héroes de la Independencia, los de la Restauración, los mártires del 65. Cruz y raya.

Los profesionales de la época democrática: médicos, maestros, ingenieros, empresarios, escritores, campesinos, artistas… todos fuera del mapa. La geografía dominicana se volvió un altar con tres velones: Bosch, Peña y Balaguer.

Es una suerte del monopolio del recuerdo. Y en ese monopolio, la historia se reduce: más de 500 años del 5 de diciembre de 1492 a la fecha, resumidos a la triada sagrada que se multiplica en letreros, autopistas y aeropuertos.

Sin quitarles mérito. Y sin intenciones espiritistas, sospecho que ni Bosch, ni Peña, ni Balaguer, disfrutarían de tanta reverencia. Tal vez, desde donde estén, miran con fastidio cada nueva placa con su nombre y se preguntan si la patria que ayudaron a construir se volvió un museo de devoción política.

La memoria nacional no debería ser una galería cerrada de tres hombres, sino un mural más amplio y diverso.