Por Armando Almánzar/Tomado de Listin Diario
SANTO DOMINGO: Un guión interesante y una buena dirección nos llevan a otro apreciable film: “Al sur de la inocencia”, de Héctor Valdez. Y, como sucedió con la comedia que paso de la dicharachería insulsa a la comedia de situaciones bien urdida en “De pez en cuando”, ahora entramos de lleno en otra modalidad temática y estilística: la “road movie”.
Porque ahora encontramos a dos miembros de una familia disfuncional, Andrés y Vera, que, ante una situación desgraciada y súbita, aprovechan a un conocido ocasional para partir (para ocultarse) viajando hacia donde ese otro, Santiago, tiene amigos y trabajo. Y ese viaje es una especie de catarsis para los hermanastros, es la ocasión de dejar detrás una forma de vida que para ellos era lo normal aunque les estaba destruyendo emocional y sicológicamente, para descubrir otro sentido a la vida.
Vera, quien recién llega a Santo Domingo, luego de una estadía universitaria en USA, posiblemente por la madurez que adquirió durante esos años, cuando vuelve a encontrarse con su “noviecito”, lo despacha sin demasiados preámbulos. Ella nota la ausencia del padre en la casa, pero no parece importarle mucho el hecho porque todo parece indicar que el don Andrés no era el esposo y padre más “casero” y cariñoso. Esa es una de las razones de su huida, de su posterior transformación. Andrés, el hijo mayor, hijo de la primera esposa del don Andrés, vive un eterno conflicto con su madrastra y con el mismo padre y, aunque siente lo que le sucede (después de todo, es su padre), es evidente su perturbación sicológica que asoma de muy diversas formas y en varios instantes a partir de la fiesta de cumpleaños de Vera.
La buena mano de Valdez se nota, muy a pesar de ser esta su “opera prima”, en el manejo de la fotografía, en la selección de los ambientes muy a pesar de que prácticamente todo el desarrollo discurre en exteriores: mientras viajan, durante la primera parte del recorrido todo es áspero, seco y hostil en el paisaje que les circunda porque Vera y Andrés (él, sobre todo) aún no han comenzado a soltar la pesada y destructiva carga emocional que les embarga. Los sueños, las pesadillas que oprimen a Andrés comienzan a disiparse a partir de la reunión con el grupo de amigos de Santiago, con la vida en ese hostal que es más hogar que casa de albergue, con los episodios en el “karaoke” o en la playa. La evolución del personaje, bien interpretado por Christian Álvarez, se advierte sin esfuerzo. Ella, Vera, cambia también, pero no hacia un amor de telenovelas sino a un dejarse llevar por las circunstancias y emociones del camino, por la frescura de ese joven tan diferente a sus conocidos anteriores.
Buena fotografía, aunque en ocasiones tal vez divaga un poco, se torna algo contemplativa, si no la han eliminado (esa es la idea), muy malo el uso de la voz “en off” en par de ocasiones. Buenas actuaciones de los tres personajes centrales, Álvarez, Sarah Jorge y Perozo, flojas varias de las de reparto.
Muy buena la musicalización de Sergio Marte, bien escogidas las piezas populares, buena la música ambiental.
El resumidas cuentas, una experiencia que, aún distante mucho de la excelencia, continúa indicándonos que vamos por buen camino y que, sin lugar a dudas, entre esos nuevos nombres de nuestro cine reside la esperanza de un futuro mejor.
Tomado de: Listin Diario