Por Miguel Guerrero
El
candidato del PRM, Luis Abinader, es una de las grandes revelaciones
políticas y una promesa sólida de relevo generacional, pero temo que
haya apostado todo al 15 de mayo.
A
los errores comunes a todos los candidatos a la Presidencia que se dan
sin excepción en los procesos electorales, especialmente cuando las
rivalidades se tornan irreconciliables, Abinader tuvo en la fase final
del certamen tres tropiezos muy visibles, con un alto costo político.
La
elección como candidatos al Congreso de tres figuras públicas muy
controversiales del negocio del transporte de carga y de pasajeros,
inexplicablemente dio la espalda a reclamos de la sociedad civil y del
sector empresarial, de donde él proviene y forma parte.
Se
interpretó como una acción para atraerse el voto de esos sectores,
pasando por alto el hecho de que una de las grandes discusiones de la
agenda nacional se relaciona con los efectos negativos que para la
economía y el desenvolvimiento cotidiano tienen los odiosos y costosos
monopolios que en sus respectivas áreas de negocios ellos representan y
la posibilidad, además, de que en un eventual triunfo suyo esos grupos
dejaran de ser sus aliados y pasaran a ser sus peores antagonistas.
Los
términos de su arreglo con un sector del reformismo, impidieron otras
alianzas y las concesiones que la hicieron posible, echaron a un lado
compromisos previos con mucha de su gente que quedó así marginada y
desamparada en sus aspiraciones de alcanzar candidaturas por las que
habían luchado al tomar partido en la crisis interna del PRD que dio
nacimiento al PRM.
Su
intervención en el programa de Univisión con el periodista Jorge Ramos,
al que tuteó tratando de ser amigable, ha tenido efectos muy negativos
sobre su figura. Allí cayó en una clásica trampa, al verse obligado a
responder preguntas propias de una emboscada sin poder diseminar ninguno
de sus mensajes. ¿Dónde están sus asesores? l