lunes, 18 de julio de 2016

ANALISIS PROFUNDO! Visión económica y reforma fiscal

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PEDRO SILVERIO ALVAREZ
Tomado de Diario Libre 
Existe una fuerte sinergía entre las instituciones económicas y políticas. Instituciones políticas extractivas concentran el poder en las manos de una pequeña elite y pone pocas restricciones al ejercicio de este poder. Las instituciones económicas son, entonces, frecuentemente estructuradas por esta elite para extraer recursos del resto de la sociedad. 


Instituciones económicas extractivas, por tanto, acompañan de forma natural a las instituciones políticas extractivas. De hecho, ellas, inherentemente, dependen de instituciones políticas extractivas para sobrevivir. (...) La razón más común por la que las naciones fracasan hoy es porque tienen instituciones extractivas. Acemoglu y Robinson, Why nations fail, 2012
Las instituciones duraderas -casi siempre- son aquellas que surgen del “orden natural” de las cosas; y reflejan de alguna manera la necesidad de un marco para la cooperación entre los individuos, independientemente de que estén motivados por sus intereses particulares. El Estado y el mercado son dos ejemplos de instituciones que han surgido de esa necesidad de cooperación social. Sin embargo, el mercado es anterior al surgimiento del Estado. La necesidad de intercambio es inherente a la naturaleza humana; no hay manera que un ser humano pueda satisfacer todas sus necesidades, incluyendo las inmateriales. El surgimiento del Estado puede vincularse a la necesidad de preservar los derechos de propiedad -o de dominación de una clase sobre otra, según Marx-, y garantizar un orden que permita el continuo intercambio de derechos -bienes y servicios- entre los individuos.

Obviamente, el Estado -es decir, la organización jurídica de la nación, como lo definiría Bosch- que es dirigido por el gobierno ha evolucionado tanto como lo ha hecho el mercado. Pero en esa evolución ha resultado bastante evidente que debe dársele la mayor libertad posible al mercado para que los individuos y las sociedades en su conjunto puedan alcanzar niveles superiores de desarrollo; de manera que los gobiernos deben ser sumamente cuidadosos en las formas que utilizan para intervenir en la economía.

En este orden, el Estado del bienestar -como lo conocemos hoy- es una realidad que se configura luego del primer tercio del siglo XX. Y surge, precisamente, luego que las sociedades capitalistas -como las de Estados Unidos y Europa- habían alcanzado un desarrollo extraordinario de sus fuerzas productivas en el contexto de una baja presión tributaria. Las experiencias históricas no tienen por qué replicarse de un país a otro. Pero es claro que la tributación juega un rol importantísimo en el proceso de desarrollo de una economía.
Todos aspiramos -no puedo pensar en una excepción- a una sociedad organizada, civilizada, educada, en la que los individuos en pleno ejercicio de sus derechos y deberes puedan libremente -en igualdad de oportunidades- desarrollar plenamente sus capacidades. 

A pesar de lo “poético” que esto pudiera parecer está conectado en la práctica con los límites que deben normar la intervención del gobierno en la economía. La responsabilidad con que debe dirigirse el Estado no permite que las políticas se definan por clamor popular. Un ejemplo de nuestros días es el reciente referéndum en Gran Bretaña.

Justamente, una reforma fiscal requiere algo más que sumar las demandas populares y relacionarlas con el PIB. Debe estar fundamentada en una visión de la economía y de las instituciones que le sirven de soporte. Una reforma fiscal no puede ser una oportunidad para aumentar la capacidad distorsionadora del Estado. No se trata de una bipolaridad entre la anarquía y un Estado-Leviatán. Se trata de encontrar un balance entre Estado y mercado, de manera que el primero no destruya al segundo.

En realidad, hablamos de una visión económica que supere la tradicional visión contable -nada en contra de la contabilidad, por supuesto- de la economía en la que la aritmética sustituye a una comprensión más profunda de los procesos económicos. Sin una apropiada visión económica se nos escapa que si bien los problemas son macroeconómicos -como bien ha dicho alguien- sus soluciones son microeconómicas.

Una reforma fiscal en las presentes circunstancias debe, por tanto, promover un apropiado clima para que las iniciativas de los individuos y de las empresas encuentren formas de hacerse realidad en beneficio de toda la sociedad. Su punto de partida debe ser un examen riguroso del gasto público, pues su ineficiencia se convierte en una presión para aumentar los impuestos. Un ejemplo de esto es el gasto en salud. Se pide un mayor gasto en salud, pero esas demandas no se traducen en la necesidad de un examen de la calidad de ese gasto que ha causado el colapso del sistema público de salud. Y se piensa que gastando más se resuelve el problema. Una verdadera ilusión.

Arthur Seldon (2002) plantea que los «remedios» del gobierno hacen con frecuencia “más daños que bien en el largo plazo debido a tres persistentes y por largo tiempo ignorados excesos del gobierno: sus «curas» son iniciadas demasiado rápidas, duran demasiado, y son continuadas por demasiado tiempo. Una vez que una cura es introducida, permanece por años o décadas...”. En el caso del sistema tributario dominicano “la cura” ha sido configurar un sistema lleno de trabas para la producción. Y todavía nos preguntamos del porqué de la informalidad y de la evasión.
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