El
que vende el alma al diablo sabe que más tarde o más temprano este
vendrá a buscarla. Nadie más interesado que el demonio, pues no debe
olvidarse que vive en competencia. Incluso pone en apuros al cielo que
vive con sus noventa y nueve justos esperando el pecador que deberá
arrepentirse. Una alegría siempre postergada o en expectativa.
Odebrecht
es el diablo y compró almas aquí y llegado el momento vino a buscarlas,
porque Odebrecht no es un demonio dominicano. Es brasileño. Ese es el
punto que no se entiende. Que hubo gente que vendió su alma y vivió
abundante de bienes pensando que el diablo nunca iba a atreverse a
cobrar la pieza. Pues vea que sí.
Si
el infierno no se alborota en Brasil, Fausto (que era y es PRD, PRM,
PLD y particular) hubiera seguido viviendo como los reyes de la
antigüedad. Rico y despreocupado.
Con
dinero a manos llenas y alma plena, y con tanta suerte que no consideró
el dicho al revés. No solo no hay mal que dure cien años, sino que
tampoco bien. Cuando el diablo viene de levita y dice entregue, no queda
de otra que cumplir. Aunque duela y atormente en Najayo o en la
Victoria.