lunes, 29 de septiembre de 2025

MELVIN CUELLO: Entre la búsqueda de contenido y la profanación del aula, espacio en donde se suscita el aprendizaje

Por Melvin Cuello Díaz 
En los últimos años, hemos sido testigos de una transformación acelerada en la forma en que se produce y consume contenido digital. 

La expansión de plataformas digitales, la democratización de los medios de grabación, y la lógica algorítmica que premia la viralidad han configurado un ecosistema donde todo puede ser convertido en espectáculo. En ese contexto, el aula, espacio históricamente reservado para el aprendizaje, el encuentro humano y la formación ética, ha comenzado a ser invadida por intereses que poco tienen que ver con su vocación original, transformar la vida de las personas por medio del proceso de enseñanza y aprendizaje.

Lo que antes era un lugar de silencio reflexivo, de escucha activa, de construcción colectiva del conocimiento, ahora corre el riesgo de convertirse en escenario para la creación de contenido superficial, efímero y descontextualizado. Influencers, aspirantes a celebridad digital, y creadores de contenido de diversa índole han encontrado en las escuelas un telón de fondo atractivo: reconocible, simbólico, cargado de emociones. Pero ese atractivo no siempre se traduce en respeto. En muchos casos, se convierte en profanación, para transmitir antivalores, por medio de letras y contenido explícito.

La profanación del aula no es solo física, sino simbólica. Se trivializa el rol docente con relación a los denominador influencer, se convierte el mobiliario escolar en utilería, se transforma el uniforme en disfraz. Se graba sin consentimiento, se edita sin contexto, se publica sin conciencia. Y lo más grave: se normaliza. Se instala la idea de que el aula está disponible para cualquier propósito, menos para aprender. Esta tendencia no es exclusiva de un país o una región. 

Se observa en América Latina, en Europa, en Asia, en contextos urbanos y rurales, en escuelas públicas y privadas. Es parte de una lógica global que convierte todo en contenido, que reduce lo complejo a lo viral, que reemplaza el sentido por la exposición.

En países donde la educación aún lucha por ser equitativa, donde las brechas digitales marginan a millones de estudiantes, y donde el aula representa a veces el único espacio seguro, esta invasión duele más. Porque no solo se vulnera un lugar físico, sino un refugio simbólico. Se le arrebata a los niños y jóvenes la posibilidad de habitar un espacio que les pertenece, que les forma, que les dignifica.

La pregunta que emerge es profunda y urgente: ¿quién protege el aula? ¿Quién recuerda que hay espacios que no se alquilan, que no se negocian, que no se deben convertir en espectáculo? ¿Quién defiende el derecho de los estudiantes a aprender sin ser convertidos en contenido? ¿Quién acompaña al docente en su tarea silenciosa, muchas veces invisibilizada, de formar seres humanos?

La respuesta no puede ser institucional únicamente. Requiere una conciencia colectiva. Las autoridades educativas deben establecer protocolos claros sobre el uso de espacios escolares para grabaciones. Las familias deben educar en el respeto al entorno formativo. 

Los medios deben dejar de premiar el contenido que banaliza la experiencia escolar. Y los creadores de contenido deben asumir una ética que reconozca los límites, que entienda que no todo lo grabable es legítimo, que no todo lo viral es valioso.

Pero más allá de la regulación, necesitamos revalorar el aula. Volver a verla como lo que es: un espacio de sentido, de encuentro, de transformación, de aprendizaje. Promover narrativas que dignifiquen la experiencia educativa, que visibilicen el esfuerzo docente, que narren la belleza del aprendizaje. La tecnología puede ser aliada, pero solo si respetan los procesos, los silencios, los tiempos. Solo si entienden que el aula no es un lugar para likes, sino para transformar vidas.

Desde mi rol como educador, investigador y ciudadano, sigo convencido de que el aula es uno de los últimos espacios donde aún se puede mirar al otro sin filtros, sin algoritmos, sin espectáculo. Es donde se aprende a pensar, a disentir con respeto, a construir juntos. Es donde se decide el futuro de nuestras sociedades. Que no se convierta en escenario de espectáculo, sino en espacio de dignidad, en donde todos nos contruyamos y en donde se construya la sociedad.