La participación de la juventud en la política dominicana ha sido históricamente fluctuante, marcada por momentos de entusiasmo transformador y etapas de desencanto y apatía.
En un país donde más del 40 % de la población tiene menos de 35 años, la juventud representa no solo el futuro, sino también una fuerza presente con capacidad de incidencia social, económica y política. Sin embargo, su involucramiento efectivo en los espacios de decisión sigue siendo limitado, condicionado por factores estructurales, culturales y partidarios.
Durante las últimas décadas, la política dominicana ha estado dominada por figuras tradicionales y estructuras partidarias rígidas, poco abiertas a la renovación. Este fenómeno ha generado en gran parte de la juventud un sentimiento de desconfianza hacia los partidos políticos, percibidos como espacios cerrados, clientelares y carentes de transparencia. El acceso a cargos públicos, las candidaturas y los mecanismos de participación interna suelen estar cooptados por élites políticas, lo que desalienta el involucramiento juvenil. Muchos jóvenes, ante esta realidad, optan por expresarse a través de movimientos sociales, redes digitales, voluntariados comunitarios o causas medioambientales, priorizando la acción cívica sobre la militancia partidaria tradicional.
BTC INCOME
Hazlo 15 minutos al día y gana 27,000 pesos cada día
MÁS INFORMACIÓN
Recuerdo que no siempre fue así. En las décadas de los setenta, ochenta y noventa, la juventud dominicana jugó un papel esencial en la vida política del país. En los 70, muchos jóvenes universitarios abrazaron la lucha por la libertad, la justicia social y la democracia, herederos de un espíritu revolucionario que venía de los años duros de la postguerra y la dictadura. En los 80, esa misma juventud llenaba las calles con ideales de cambio, participando activamente en movimientos estudiantiles, sindicatos, partidos emergentes y organizaciones barriales. Y en los 90, pese a las transformaciones políticas y económicas, aún existía una generación de jóvenes convencida de que la política era una herramienta legítima para transformar la realidad. Eran tiempos de convicción, de compromiso ideológico y de sacrificio; donde ser joven y político no era motivo de burla, sino de respeto. Aquellos jóvenes no tenían redes sociales, pero sí tenían causa, mística y sentido de país.
A esto se suma un fenómeno cada vez más visible: la apatía creciente de la juventud frente a la política partidaria. La desconfianza, el desencanto y la percepción de que la política no transforma sus condiciones de vida se han arraigado profundamente. Una proporción importante de jóvenes dominicanos se mantiene al margen de los procesos electorales, sin interés en afiliarse a partidos ni participar en actividades de campaña. Para muchos, la política es sinónimo de corrupción, promesas incumplidas o manipulación mediática. Esa distancia entre los jóvenes y el sistema político constituye uno de los mayores desafíos de la democracia dominicana contemporánea.
Esa apatía tiene reflejo en los últimos procesos: en las municipales de 2024 la participación fue de 46.6–46.7 % (abstención por encima del 53 %), y en las presidenciales de 2024 la abstención fue 45.63 % con el 99.96 % de mesas computadas. Estos porcentajes, aunque agregados, confirman una participación ciudadana contenida y un reto serio para movilizar a los más jóvenes.
A pesar de estas barreras, existe una nueva generación de jóvenes dominicanos que ha comenzado a redefinir la relación entre juventud y política. Desde los movimientos estudiantiles en las universidades hasta el activismo en redes sociales, emergen liderazgos con discurso propio, sensibilidad social y una visión crítica del modelo político vigente. El movimiento de marzo de 2020, cuando miles de jóvenes salieron a las calles en defensa de la democracia tras la suspensión de las elecciones municipales, marcó un antes y un después. Aquella movilización dejó claro que la juventud dominicana no es apática, sino selectiva: participa cuando percibe causas auténticas que trascienden los intereses partidarios.
Mirando hacia 2028, y a partir del padrón de 2024 (8,105,151 electores) y el peso demográfico juvenil, se estima que para las elecciones de 2028 unos 700,000 jóvenes serán votantes por primera vez, lo que implica que los partidos deben crear estrategias sólidas para captar la mayor cantidad posible de ellos e inducirlos a participar activamente en el proceso electoral.
Ese crecimiento proyectado constituye un segmento estratégico del electorado joven: captar aunque sea la mitad o más de esos nuevos electores podría decidir elecciones a nivel local, congresual o presidencial, sobre todo en provincias medianas o municipios clave. Pero no basta con la mera inscripción: los partidos que aspiren a ganar esos votos deberán idear estrategias exigentes y bien calibradas.
Una de las claves más efectivas para atraer a los nuevos votantes es garantizar la inclusión real de jóvenes en las boletas electorales, en posiciones competitivas y visibles. No se trata de simples gestos simbólicos, sino de abrir espacio a una generación que exige representación y voz en las decisiones. La juventud quiere ver rostros que los reflejen, líderes de su edad con propuestas frescas, visión moderna y sensibilidad social. Incluir candidatos jóvenes con credibilidad, preparación y arraigo comunitario podría renovar la imagen de los partidos y reducir la brecha generacional que hoy los separa del electorado emergente.
Además, deben presentar una oferta política relevante y diferenciada, con propuestas concretas en empleo juvenil, becas de habilidades digitales e inglés, transporte con tarifas ajustadas, programas para emprendimientos tecnológicos o creativos, y mecanismos de mentoría y financiamiento joven. Estas medidas deben comunicarse de manera directa, transparente y sostenida, evitando el lenguaje vacío que históricamente ha desmotivado a la juventud.
Asimismo, los partidos deben construir una arquitectura de captación moderna: segmentar a los jóvenes por edad, ubicación, nivel educativo o laboral, usar influencers locales, contenido creado por los propios jóvenes, retos digitales y campañas interactivas que apelen al reconocimiento, identidad y participación. Esto convierte simpatizantes pasivos en promotores activos de las ideas y valores que representan sus proyectos políticos.
La militancia joven también debe redefinirse: no como compromiso de tiempo completo, sino mediante participación flexible, espacios de formación política, comunidades temáticas (tecnología, cultura, medio ambiente) y programas de liderazgo que reconozcan el mérito y la innovación.
Finalmente, los partidos deben apoyarse en datos precisos del terreno: censos jóvenes por mesas, municipio y colegio electoral, cruzados con el padrón oficial de la JCE. Sobre esos datos, fijar metas mensuales de captación, contactos cara a cara, compromiso de voto y monitorear la “tasa de asistencia” (show-up) en simulacros o eventos internos.
La juventud dominicana se encuentra ante una encrucijada: puede seguir siendo espectadora del deterioro institucional o convertirse en protagonista del cambio político que el país necesita. Su energía, creatividad, conciencia social y sentido de justicia pueden cimentar una nueva cultura democrática —más participativa, más cercana al ciudadano, con actores que sienten en carne propia los desafíos que enfrentan los jóvenes. El futuro de la política nacional dependerá, en buena medida, de que los partidos comprendan que la transformación no se gana solo con discursos: se conquista con inclusión, estrategia, propuestas tangibles y compromiso genuino, y de que los jóvenes reconozcan que vale la pena ejercer el derecho a votar con responsabilidad y visión colectiva.