Tomado de Diario Libre
En
la subversión abierta del proceso electoral mucha gente perdió lo que
en los campos dominicanos se llama prigilio. La vergüenza o estima
propia.
Creyendo
que toda duda era divina, como la del apóstol Tomás, no aceptaron
verdad de otro, cuestionando y dejando de lado toda sabiduría
convencional.
Las
encuestas políticas, por ejemplo. En determinado momento, no hay dudas,
se convirtieron en un incordio, en un fastidio, en una molestia, pero
esa no podía ser razón para denunciarlas, satanizarlas y no querer
verlas ni en pintura.
Incluso
ese ánimo fue tan extravagante que ni las mediciones que encargaban
tenían cabida, y hubo una firma que perdió su cliente solo porque sus
resultados eran contrarios a su causa.
Una
situación parecida a la del zar que enterado de que en la provincia con
más enfermos era donde había más médicos, mandó a matar a todos los
médicos.
¿Cómo
serán las próximas elecciones si las encuestas son demonios sueltos? Se
hace difícil a un explorador manejarse en un territorio desconocido sin
una brújula.
Aunque queda la posibilidad de preguntar en las guaguas o volver a los años sesenta y “cuente los Austin”.