Cuando la miseria humana toca las puertas de las organizaciones políticas y echa profundas raíces tienden a crean disociación y hondas grietas, al fin y al cabo, corroen la armonía y estabilidad partidaria.
La escisión es el paso más cercano a la puerta de la debacle y la inestabilidad
partidaria cuando elementos sin escrúpulos crean discordias y tejen maniobras perversas para ensalzar su propio ego.
No solo la sociedad y la familia como principal fundamento se han descompuesto, sino que el sistema de partidos ha perdido la tradicional vocación de entes de cohesión política y de unificación, para darle pasó de la forma más burda del chisme al granel.
La filosofía de luchas y de ideologías partidarias fueron sustituidas por la mediocridad, la ignorancia y el chisme de poca monta al mas bajo y alto nivel de la política dominicana.
El típico político mediocre no suele ver más allá de sus narices, no divisora su futuro, consuetudinariamente, piensa en su día a día. No forja ideas nuevas porque vive atrapado en un vacío tan profundo que le persigue y no le deja vivir en paz como su propia sombra de muerte.
Cuando la mediocridad no tiene nombre, ni límites es capaz de orquestar en contubernio con sus congéneres, la planificación de cualquier trama al más despreciable nivel, y, en todas sus dimensiones.
La clase política se ha desacreditado al grado tal que la gente no cree en muchos falsantes, fabulosos, oportunistas y malandrines que se visten con el ropaje de ovejas, pero son conocidos e identificados como lobos rapaces dispuestos a cualquier cosa.
La reputación de los partidos se ha ido perdiendo por el accionar de la clase política que llega a los puestos sedientos y dispuestos a conseguir emolumentos a cualquier costa con jugosos negocios de aposento que realizan con la cosa pública, y a la misma vez, siembran la discordia, promueven el odio y avivan el resentido patológico que los carcome y consume en su propio aceite.